Opinión

El viaje de ida y vuelta de Gündogan en el que el fútbol pierde

Gundogan, durante la pretemporada

Gundogan, durante la pretemporada / VALENTÍ ENRICH

El fichaje de Ilkay Gündogan la pasada temporada nos hizo reconciliarnos un poco con el fútbol, con ese en el que piensas que no todo es por el dinero, que también importan las voluntades de los jugadores, de las ilusiones y los sentimientos. El deseo de vestir una camiseta de fútbol, ponerte las botas cada semana en un estadio y hacer tu mejor fútbol, tu máximo esfuerzo por un club al que deseas.

El germano era un futbolista que estaba ganando títulos a las órdenes de Pep Guardiola y dice que basta de Premier League, el escaparate mundial del lujo futbolístico y el dispendio con aficiones reales, en contraposición a Arabia, queda libre y elige el Barça.

Llegó en un mercado convulso en el que importa más encajar en el margen salarial que en el dibujo táctico del entrenador. El Barça le consiguió inscribir y se puso a jugar. Quizás no estaba en su esplendor físico y no fue excesivamente determinante, pero siempre dejó su detalle en cada partido que jugaba, iba sobrado de galones y habló claro cuando hacía falta. Pero este fútbol nos manda otra vez un jarro de agua fría, por decisión de una hoja de Excel contable, para hacer hueco en un saco económico, Ilkay tiene que hacer las maletas.

Tiene la ventaja que llegó libre y puede salir sin tener que esperar que alguien pague por él para cuadrar balances. Se va donde el fútbol lo lleve, no le pagarán en sol y en una casa cerca del mar y de la Ciutat Esportiva, pero allí le podrán inscribir. Es una pena, nadie gana en esto, dirán que sí que la rigidez económica es la salvaguarda del fútbol, que cuadrar un balance aportando contratos sobre contratos ayuda a que no venga un jeque y compre un club, pero lo que salva al fútbol son los goles y la pasión y para eso no hay norma 1:1.