Opinión | Tuercebotas

Fútbol y JJOO: la distancia que va de Hakimi a Biles

En los JJOO, las emociones se celebran con respeto; en el fútbol, demasiado a menudo con chulería y antideportividad. No sorprende que los momento más antideportivos en París hayan sucedido en el torneo futbolístico

Simone Biles y Jordan Chiles homenajean a Rebeca Andrade, oro en suelo en París.

Simone Biles y Jordan Chiles homenajean a Rebeca Andrade, oro en suelo en París. / Ap

No es ninguna sorpresa que los momentos más antideportivos de los JJOO hayan ocurrido en el torneo de fútbol. En el torneo masculino, en el partido de semifinales entre España y Marruecos, Achraf Hakimi trató de intimidar de manera chulesca al portero español, Arnau Tenas, antes del lanzamiento de un penalti. Cuando Rahimi lo marcó, el delantero lo celebró de malas maneras ante el portero español. Algo parecido sucedió en el España-Brasil del torneo femenino: la jugadora brasileña Priscila celebró de forma efusiva ante la portera española Cata Coll un gol que fue producto de un error garrafal de la cancerbera del Barça. 

Son dos anécdotas, si se quiere, actitudes muy habituales en el mundo del fútbol, pero que en el contexto de los Juegos Olímpicos chirrían y desentonan. Los JJOO son la competición en la que los ganadores rompen a llorar tanto cuando pierden como cuando ganan, en la que los atletas se abrazan y se felicitan entre ellos al acabar la competición, en la que todos son conscientes del esfuerzo que les ha supuesto simplemente llegar hasta la cita olímpica. Los JJOO son la competición en la que la mejor del mundo y tal vez de la historia, Simone Biles, hace una reverencia en el podio a Rebeca Andrade, la campeona olímpica que le ha privado de ganar un oro. O la competición en la que la china He Bing Jiao llevó un pin de España en homenaje a Carolina Marín, lesionada en semifinales. O qué decir del podio de la Sincronizada, en el que las nadadoras de España, China y EEUU., junto con las entrenadoras españolas de los tres equipos, parecía que todas habían ganado el oro. 

El recuerdo del Dibu

Es inevitable establecer comparaciones. Por ejemplo, con la celebración argentina del Mundial de fútbol (el Dibu Martínez y el trofeo de mejor portero de la Copa del Mundo en su entrepierna) o de la Copa América (los cánticos racistas contra Francia). O con la costumbre que se va arraigando de que el perdedor de una final en fútbol rechace coger su medalla de finalista o la acepte de mala gana y con peores formas. 

Yo, la verdad, no me imagino a Armand Duplantis pasándose el oro por la entrepierna o golpeándose el pecho a un centímetro de la cara del estadounidense Sam Kendricks después de dejar el récord del mundo de salto con pértiga en 6,25 metros. Tampoco a Léon Marchand bailando ante Kristóf Milák después de ganarle en los 200 metros mariposa ni a Katie Ledecky rechazando recoger su medalla de bronce en los 400 metros estilo libre ni negando el saludo a Summer McIntosh (plata) ni a Ariarne Titmus (oro). Chirrían tanto actitudes lamentables que en el fútbol son habituales que cuando se trasladan a otras disciplinas se ve lo que son: odio, agresividad, toxicidad. Valga como ejemplo lo que ha sufrido Ana Peleteiro en las redes sociales después de su sexto puesto en París. Puro hooliganismo.

Antideportividad

 "El fútbol es muy competitivo, solo vale ganar", suele argumentarse para disculpar estos comportamientos antideportivos. Es una justificación muy floja. ¿Acaso los JJOO no son competitivos? Todos los deportistas que compiten en unos JJOO quieren ganar, exactamente igual que todos los futbolistas anhelan la victoria. Pero en el fútbol se concentran muchas más actitudes antideportivas, es un deporte en el que se confunde continuamente la competitividad con el "todo vale" (la falta de respeto al contrario, el engaño al árbitro, etcétera) y con no saber perder. En realidad, es lo contrario: para ganar hay que perder mucho. En París lo hemos visto a diario: son muchos más los deportistas que han perdido que los que han ganado. 

¿Qué le sucede al fútbol? ¿Es el dinero? Influye, pero otros deportes también mueven ingentes cantidades (baloncesto, fútbol americano, tenis, motor) y, sin ser en su versión más profesional un ejemplo de espíritu olímpico, no llegan a la bajeza antideportiva que en el fútbol es moneda corriente. Tal vez el problema es que, a causa de su enorme popularidad, al fútbol como deporte se le ha malcriado y se le han permitido actitudes injustificables. De la misma forma que el hincha justifica todo lo que hace su equipo, al fútbol se le ha permitido elevarse sobre cimientos antideportivos. ¿Dónde se encuentran los mejores ejemplos a seguir, en los JJOO o en un Mundial? ¿Hakimi, Rahimi y Priscila o Biles? La respuesta es obvia.