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Juegos Olímpicos: El esfuerzo invisible

El marchista Álvaro Martín dijo que no es un superhéroe sino un tipo normal; igual hay que cambiar la definición de superhéroe

Álvaro Martín y María Pérez, tras ganar sus medallas en París.

Álvaro Martín y María Pérez, tras ganar sus medallas en París. / AP

El entrenamiento medio de un juvenil en un equipo de natación consta de entre 8 y 10 sesiones de dos horas a la semana, de lunes a sábado. Dos o tres de estos entrenamientos se celebran a primerísima hora de la mañana, para poder ir a clase después. Durante el año se celebran un puñado de competiciones para lograr las marcas mínimas para los campeonatos de Catalunya. Unos cuantos por cada equipo consiguen clasificarse, en muchos casos para nadar solo un par de pruebas. Aún menos lograrán marcas para participar en los Campeonatos de España. Ir más allá ya es solo para los poquísimos elegidos. En su caso, lo de las 8 y 10 sesiones de dos horas por semana será solo un aperitivo. 

La vida para el nadador juvenil no se limita a la piscina. Estudia secundaria o Bachillerato, se prepara para la Selectividad, nada las turbulentas aguas de la adolescencia. Cuando sus amigos quedan para salir, bailar y organizar botellones, él o ella entrenan, o tienen que madrugar para entrenar o para competir. En época de exámenes, se desgarran en la elección: o estudiar o entrenar. Los fines de semana de competición, sus padres los llevan a piscinas por media Cataluña, a veces con gradas, otras no. A pocos de ellos sus marcas y sus trofeos les compensan el esfuerzo. Hay mucho más que el tiempo que marca el cronómetro, por supuesto, pero los intangibles y los otros beneficios del deporte a esa edad son difíciles de entender: la salud y la forma física, el aprendizaje del esfuerzo y el trabajo, la capacidad de concentración, la exigente dualidad entre competir contra uno mismo y contra los adversarios. En las gradas, muchos padres y madres hablan entre ellos de que tanto esfuerzo no compensa. Y aun así, ahí están, dándolo todo en el subacuático, apurando décimas de segundo en la salida. 

Elogio de la gente normal

El marchista Álvaro Martín, tras ganar el bronce en los 20 kilómetros marcha en París, hizo un elogio de la gente normal, del deportista que trabaja y persevera y un día se encuentra bajo los focos a los pies de la torre Eiffel. "Yo soy un tío muy normal, de pueblo, de un pueblo de 6.000 habitantes en el sur de Extremadura, de un club extremeño. Y pensar que puedes ganar una medalla olímpica... pues es todo un sueño y también esperanzador para otros, que dirán: joder, si ese tío es normal, es de carne y hueso. [...] Me siento sobre todo orgulloso, no solo por la medalla, sino porque también lo he sabido compaginar con mis estudios. Dos carreras universitarias y tampoco soy un lumbreras, así que bueno. [...] Es el mensaje que quiero mandar porque al final no me creo un superhéroe ni nada y aun así he conseguido mi medalla olímpica, mis carreras universitarias, intentando ser la mejor persona posible". 

Álvaro Martín es campeón del mundo en 20 y 35 kilómetros marcha (2023) y campeón de Europa en 2018 y 2022. Lleva compitiendo a nivel internacional desde los 16 años. Entrenando y estudiando, ese esfuerzo invisible que miles de deportistas efectúan a diario fuera del foco mediático. Sufriendo, ganando a veces, perdiendo muchas más, como corresponde a los tipos normales que aman el deporte que practican y que lo compaginan como pueden con su vida real. 

Deportes profesionalizados

España es una potencia en los deportes muy profesionalizados: fútbol, baloncesto, tenis, golf, etcétera. En aquellos que no mueven tantos ceros ni generan tanto interés mediático, los éxitos son más complicados. Son los deportes que, en palabras de Álvaro, practica la gente normal que no tiene a agencias de comunicación gestionando sus redes sociales, que madrugan mucho para entrenar, que tienen que estudiar en plena competición y que van a los circuitos, las pistas o las piscinas en los coches de sus padres o de sus amigos. Son deportistas también que disfrutan de la competición, que lloran cuando ganan y cuando pierden, y que jamás montarían numeritos prepotentes en la victoria ni grandes exhibiciones de despecho en la derrota. 

La gente normal no suele ser superhéroe, pero igual el problema es que debemos cambiar la definición de superhéroe o al menos elegir bien a quién elevamos a la categoría de referente o de ejemplo social. En definitiva, más gente normal que curra, entrena y estudia con su esfuerzo invisible y menos supermanes millonarios caprichosos y egocéntricos.