Pogacar desencadena una masacre en el Tour

El jersey amarillo contrarresta un ataque de Vingegaard, le saca 1.08 minutos en el Plateau de Beille, provoca que el resto de los corredores cruce la meta uno a uno y 45 minutos después de acabar todavía 50 ciclistas seguían en carrera

Pogacar, en Plateau de Beille

Pogacar, en Plateau de Beille

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

Encarnado en la figura de Eddy Merckx, Tadej Pogacar consiguió este domingo en el Plateau de Beille su más bella victoria en el Tour. Fue algo más que un triunfo y un golpe de efecto porque noqueó a Jonas Vingegaard el día que la estrella danesa tenía marcada en rojo la etapa. Fue como decirle al último vencedor de la carrera que lo deje estar, que no hay nada que hacer y que quedar segundo detrás de él ya es todo un éxito. Por eso, se encarnó en Merckx, porque es lo que el belga hacía con Poulidor y con quién osara toserle encima de la bici.

Pogacar no tuvo ni necesidad de emplear a su equipo que prácticamente se tomó el domingo de fiesta. El Visma de Vingegaard cogió el volante de la carrera. Todo o nada en el Plateau. Y si tampoco fue el nada se debió a la furia de Vingegaard, que buscó lo imposible y empezó a destrozar la carrera. ¿A todos? Por supuesto que no. A los que pedalean por detrás de la pareja en un duelo que ya cumple cuatro Tours y si tal vez este año está la balanza más inclinada hacia un jersey amarillo incuestionable se debe al accidente de primavera en el País Vasco. Que nadie olvide este detalle, porque Vingegaard vino al Tour después de tres meses sin competir y ni una vez, ni él ni su equipo, lo han puesto como excusa.

Pelea a dos en la cumbre del Plateau

Cuando uno de los dos ataca, como hizo Vingegaard a 10 kilómetros de la cima del Plateau, los demás sólo pueden mirar el ciclocomputador, los vatios que van consumiendo, la velocidad que llevan, las pulsaciones y decidir que aumentar cualquiera de estos datos supone ir directo al patíbulo del Tour; desde Remco Evenepoel, siempre tercero con el imposible de ir más arriba, y de un magnífico Mikel Landa, al que habría que mantear y rezarle una oración ciclista, porque acabar cuarto en una etapa como la vivida este domingo es admirable. Y eso que juega como gregario de Evenepoel.

El Tour, detrás de Pogacar se convirtió en un drama, de aquellos que obligan a sacar el pañuelo para llorar, sin poder contener ni lágrimas ni emociones. Vingegaard, el primero, el que, a 33 kilómetros de la meta, agarrado por su compañero Matteo Jorgenson para que no se caiga, decide orinar en marcha. Y no resulta fácil el ejercicio.

Orina para sentirse aliviado, para respirar todo lo profundo que le deja el pedaleo y para empezar a organizar el caos detrás suyo; todos van pereciendo al empuje de Jorgenson que toma el timón del Tour. Todos caen noqueados por detrás, como Carlos Rodríguez, y por delante, cuando Enric Mas, descolgado de la general, intenta la fuga imposible, la que siempre cae fulminada cuando Pogacar y Vingegaard entran en acción.

Pogacar hasta parece disfrutar de una subida increíble. No cabe un alma, público entregado, miles de bicis. 14 de julio en Francia y las fronteras españolas y andorranas a un suspiro de coche o bicicleta. ¡Vivan los Pirineos! Los que seducen al jersey amarillo, el que ve venir como todo el Tour el ataque anunciado de Vingegaard. Acelera el astro danés y se quedan solos.

Dos hombres con un destino que parece ser la victoria de Pogacar en Niza. Vingegaard no suelta a su rival. ¡Estan subiendo a 21 por hora en una rampa del 9%! Sólo ellos dos son capaces de hacerlo. Ni las bicis eléctricas. El drama se convierte en un martirio por detrás.

Media hora después de cruzar Pogacar la meta del Plateau apenas han llegado 36 corredores. Van cruzando la meta uno a uno. El Tour más destrozado que un alma en pena. ¡Lo nunca visto! El Plateau se convierte en una escabechina. 

A 5 kilómetros de la meta, en una de las zonas más duras del descenso, Vingegaard se levanta y sube piñones. ¡Ah, amigo! Pogacar lo ha visto. Ni le hace falta mirar la hora para atacar, para dejar el reloj de 350.000 euros que lleva en la muñeca amarrado al manillar. 25, 30 metros… la hora de girar la cabeza y percatarse de que Vingegaard no lo volverá a ver hasta que haya cruzado la meta 1.08 minutos por detrás. Ya está a 3.09 minutos y sólo las propias trampas que siempre esconde el Tour pueden privarlo de la victoria final.

“Sabía que el sábado en Pla d’Adet no había cogido suficiente tiempo. Respondí al primer ataque de Vingegaard. Luego volvió a acelerar, pero vi que no lo hacía con tanta fuerza, así que decidí marcharme. El Tour no está acabado. Finaliza en Niza”.

Cuando habla con la prensa, 45 minutos después de acabar la etapa, todavía faltan 50 ciclistas por cruzar la meta. Son las víctimas de la masacre de Pogacar. Nunca habrá sido tan agradecida una jornada de descanso.