Ciclismo

Pogacar atiza a Vingegaard en los Pirineos

Segunda victoria del jersey amarillo que araña 43 segundos a Vingegaard, incluyendo la bonificación, en la cumbre del Pla d’Adet antes de la cita de este domingo en el Plateau de Beille

Sergi López-Egea

No hay nada peor en la vida que no ser correspondido; a veces, por el amor, pero en deporte, por el esfuerzo. Aprieta, aprieta la bici y cada día, salvo la excepción del Macizo Central, el rival, el único, el que te puede privar de una tercera victoria consecutiva en el Tour de Francia, te araña segundos, te atiza y te va minando la moral. Es el guion en el primer contacto con los Pirineos que se lleva Jonas Vingegaard, porque si él no puede con Tadej Pogacar nadie lo va a frenar en este Tour; cada vez más amarillo, más fuerte, más intratable. Vingegaard ya está a dos minutos del misil esloveno, vencedor en el Pla d’Adet e incuestionable líder de la ronda francesa.

Pogacar explicó el viernes en la meta de Pau que lo único que lamentaba antes del estreno pirenaico era haber perdido a su compañero Juan Ayuso por Covid. Era un duro golpe en la férrea estructura de su equipo, porque con uno menos igual se le complicaba una etapa que pasó en plan merienda por el Tourmalet y que se activó de forma brillante en los últimos cinco kilómetros del Pla d’Adet. Era territorio Pogacar, porque aquí ya venció en 2022, en su última victoria en París antes de que Vingegaard encontrase la fórmula para derrotarlo dos veces seguidas.

Pues, ciertamente, no se notó la baja de Ayuso, porque es tan y tan potente el UAE que parece que le pongan flores a su líder cuando asciende por Hourquette d’Ancizam al ritmo de Marc Soler y los primeros kilómetros de Pla d’Adet al son de Pavel Sivakov, antes de que actúe Joâo Almeida y demarre Adam Yates en un ataque que era una puerta abierta para que se uniera Pogacar, respirase un poco y se lanzase alocadamente hacia la meta. El preámbulo para lograr la segunda victoria personal en este Tour y la 13ª de su carrera profesional.

No hay nada que hacer si encima le funciona el equipo a la perfección, aunque le falte uno en el esquema. El puzle de Pogacar se compone igual, aunque haya el vacío de una pieza que apenas se ve, mientras Vingegaard, como sucedió en el Galibier, se encuentra más solo que la una, vivo en la clasificación con todo lo que queda, pero con la moral dinamitada de nuevo por el Pogacar más fuerte con el que nunca se ha cruzado.

Pogacar viajó por los Pirineos, ocupados por miles de aficionados, algunos de forma absurda le daban palmadas, que eran más bien golpes en la espalda, largas rectas donde no cabía un alfiler. Y con tanta gente no podía girar la cabeza para ver por dónde iba Vingegaard. Mejor, lo que hizo, poner un ritmo endiablado que era imposible de contrarrestar por el corredor danés. Del drama que se produjo detrás casi mejor ni hablar, porque Remco Evenepoel, lejos de intentar frenar a Pogacar, ni pudo aguantar a Vingegaard, sólo luchar para que Carlos Rodríguez, cuarto de la etapa, no lo capturase, sabedor de que todavía el ciclista andaluz no es una amenaza para su tercera plaza de la general.

Era la cumbre de Raymond Poulidor donde hace un mes le levantaron un monolito recordando que allí ganó por última vez en el Tour, en 1974, en la única ocasión en la que batió a Eddy Merckx. Y ahora es la cima de Pogacar, el que levanta el puño en el podio instalado en la meta, otro acto reivindicativo, como la sonrisa que nunca pierde y mucho menos cuando las cosas le salen redondas.

Vingegaard cruzó la meta enseñando los dientes, los que apretaba con fuerza como buscando impulso para encontrar una velocidad superior, como una ayuda imposible a unas piernas que ya están haciendo mucho tratando de no soltarse demasiado de Pogacar después del accidente de primavera y los tres meses de baja laboral.

Y todos, además, incluyendo a Oier Lazkano, que cruzó primero por el Tourmalet en fuga, volvieron a comprobar que es imposible tratar de obtener la recompensa de una etapa si Pogacar la tiene marcada en rojo y encima su equipo se la administra de maravilla. Si este domingo vuelve a tener hambre, la situación se le volverá a complicar a Vingegaard hasta el infinito. Ya está a 1,57 minutos del amarillo. “Me sentí muy bien porque quería ganar la etapa. Y encima, con su escapada, mi compañero Yates me dio el empujón que necesitaba”. No puede estar más orgulloso del equipo.