Opinión | Tuercebotas

Las lágrimas de Messi y Cristiano

¿Cuándo dejarlo? ¿Cuándo decir basta? ¿Cuándo no compensa? Los grandes mitos del deporte se han ganado el derecho a decidir cuándo se apean del tren de su vida

Messi, llorando tras la lesión de tobillo y ser sustituido

Messi, llorando tras la lesión de tobillo y ser sustituido / SPORT

Cuando un deportista alcanza su ‘prime’, sus victorias parecen inevitables, el resultado del orden natural de las cosas. Sucede ahora cuando se ve a Carlos Alcaraz en una pista de tenis o a Tadej Pogacar pedalear por las carreteras de Francia. Todo el Tour ha sido una exhibición del esloveno, pero la etapa del viernes con final en Isola 2000 (una cima con reminiscencias indurainistas para los más veteranos de las tardes de julio al albur del Tour) fue caso aparte, un recital. Cuando un deportista alcanza esta dimensión, no queda más que aplaudir. Sucede algo parecido en los grandes momentos de los deportes de equipo, coreografías perfectas inalcanzables para los adversarios. El gran Barça de Guardiola alcanzó esta categoría en un puñado de partidos para la historia, como el 2-6 del Bernabéu, la final de Champions de Wembley contra el Manchester United o la final de la Intercontinental contra el Santos.

El mismo día que Pogacar se exhibió en Isola 2000, Rafa Nadal protagonizó una hazaña tenística de otra índole. Tras cuatro maratonianas horas (casi un récord de duración en un partido a tres sets), logró imponerse a Mariano Navone en los cuartos del torneo de Bastad. Nadal no está en su ‘prime’, pero en cada partido su voluntad por competir honra el tenis. Cuando un jugador se encuentra en la recta final de su carrera, su juego ya no parece inevitable. Todo cuesta, los rivales son más correosos, ni la suerte acompaña. A los tenistas se les van las bolas por milímetros, los ciclistas parecen no avanzar en el asfalto, los futbolistas llegan un segundo tarde al centro del compañero, los equipos parecen una orquesta desafinada en la que los pases se van fuera y los rebotes se los lleva siempre el contrario.

Un futbolista soberbio

A Cristiano Ronaldo, esta certidumbre de que el tiempo también lo alcanzó le hizo llorar en la Eurocopa cuando Oblak le paró un penalti decisivo en el Portugal-Eslovenia de octavos de final. En su ‘prime’, Ronaldo fue un futbolista soberbio en todo el sentido de la palabra. Los aficionados portugueses lo animaron como siempre, nada de lo que haga les puede decepcionar. En cambio, sus críticos señalaron su inoperancia en un campeonato en el que la talentosa selección portuguesa jugó volcada hacia Ronaldo, pero este no pudo marcar en ningún partido. Fue un penalti fallado de Joao Félix lo que envió a casa a los portugueses entre críticas por el ascendente y protagonismo de Ronaldo en el equipo. Que el ‘7’ se plantee llegar hasta el Mundial de 2026, cuando tendrá 40 años, dice tanto de su voracidad y competitividad como de su rechazo a aceptar los efectos del tiempo en su cuerpo y en su juego.

Ying y yang del fútbol durante años, al igual que Ronaldo, Leo Messi también lloró en la Copa América. En su caso fue en el banquillo, después de que una lesión muscular le impidiera seguir jugando en la final contra Colombia. A diferencia de Ronaldo, sus lágrimas se han interpretado como el fin de una era: es posible que aquel fuera el último partido del último gran torneo de Messi con la albiceleste. Los aficionados del Barça, que han visto a Messi derramar lágrimas de sincera tristeza, saben que es cierto que en su llanto desconsolado se intuía algo más que el espíritu ganador herido de un depredador. No lloraron por los mismos motivos Ronaldo y Messi, por mucho que la causa profunda sea la misma: su era, su tiempo, como el de Nadal, se acerca a su final.

Un partido más

Su acto de rebeldía, la resistencia a poner fin a sus carreras, su voluntad de seguir sufriendo y castigando su cuerpo para jugar un partido más, un torneo más, una temporada más, explican en gran medida por qué fueron de los mejores de la historia en lo suyo. Porque en cada revés que ahora se escapa, en cada pase marrado, en cada penalti que bloca el portero, residen la excelencia de tantas bolas que fueron dentro, de tantos goles, de tantas asistencias. Que ahora sean más humanos nos recuerda que en su ‘prime’ fueron intratables y que no tuvieron límites ni rival más que ellos mismos, como sucede este verano con Alcaraz y Pogacar.

¿Cuándo dejarlo? ¿Cuándo decir basta? ¿Cuándo no compensa? En las lágrimas de Messi y Ronaldo tal vez vemos respuestas diferentes a esta pregunta, mientras Nadal dice “¡Basta ya!” y después da la vuelta al partido. Se han ganado el derecho a decidirlo ellos.