Entrevista

Darío Villanueva, exdirector de la RAE: “La mentira se ha empoderado, se ha convertido en algo que vende y consigue enormes réditos”

En mayo se puso a la venta el último libro del académico: 'El atropello a la razón'

Darío Villanueva /

Darío Villanueva / / CEDIDA

Charo Barba

Profesor emérito de la Universidad de Santiago de Compostela, de la que fue su rector entre 1994 y 2002, a mediados de mayo se puso a la venta su último libro, el ensayo ‘El atropello a la Razón’ (Espasa), que ya va por su segunda edición. En él critica y analiza, con ejemplos reales, la sinrazón del mundo en que vivimos.

El atropello a la Razón’ es su último libro. Pero, ¿cuál es el diagnóstico?, ¿en qué situación queda la razón?, ¿no se puede hacer nada por ella o puede recuperarse?

Se puede recuperar. Para eso mi libro termina con una frase del gran filósofo alemán Edmund Husserl que habla del heroísmo de la razón. Hay que reivindicarla, en algunas circunstancias con cierta dosis de heroísmo, porque está habiendo, desde probablemente Nietzsche, hablo, por lo tanto, del siglo XIX, un ataque sistemático contra la razón. Pero ahora esto se ha intensificado extraordinariamente en la llamada posmodernidad en la que estamos, con filósofos sobre todo franceses como Foucault o Derrida.

Ese atropello llega hasta hoy...

Lo que mi libro trata, con un componente filosófico, aunque no soy filósofo, es de ver cómo esas cargas de profundidad desde la filosofía de Nietzsche y sus seguidores hasta hoy están continuamente deteriorando la razón; esas cargas de profundidad han trascendido a la sociedad en este mundo posmoderno y personas como, por ejemplo, el candidato a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump, que yo no creo que haya leído nunca a Derrida ni a Foucault, ni probablemente a Nietzsche, en su nihilismo contra todos los principios de la racionalidad, es en cierto modo un seguidor de ellos.

Habla de Trump. ¿Quiénes son los culpables de esta situación? ¿La sociedad en su conjunto?, ¿los políticos, tan criticados últimamente?, ¿los intelectuales?

Probablemente hay una culpa repartida en esos grupos a los que usted se refiere. Sin embargo, hay también un componente novedoso que nunca antes se había dado como ahora, sin el que no se puede entender lo que está pasando, que es la nueva sociedad digital y la proliferación de nuevos medios de comunicación, de interacción y de creación de estados de opinión. Acabamos de verlo, por ejemplo, en las elecciones europeas, en nuestro país. Una candidatura completamente novedosa (se refiere a Se acabó la Fiesta) ha conseguido tres escaños a base simplemente de un movimiento iniciado desde alguien que estuvo en el mundo de la política de partidos, pero ahora no lo está, y que se presenta como influencer y que, sin embargo, ha arrastrado votos suficientes como para eso.

¿Es esa la diferencia?

Ese es el elemento, quizás, diferencial, que tiene mucha, mucha responsabilidad, creo yo, en lo que está pasando. Por ejemplo, en el deterioro de la verdad por la difusión de bulos continuos, en el descrédito a la ciencia, en el descrédito al saber y a la experiencia de quienes conocen los temas y que, sin embargo, son sustituidos por voces absolutamente irresponsables que proliferan y que consiguen grandes apoyos, muchos likes en las redes sociales.

Pero no es el único motivo de ese atropello...

También hay que ver, por ejemplo, influencia evidente de filósofos. Y yo, en el libro, le presto mucha atención a lo que ha ocurrido en la universidad norteamericana a partir de los años sesenta del siglo pasado, en donde, por ejemplo, algún filósofo alemán, como Herbert Marcuse, propugnó una teoría que está en el título de un libro suyo, La tolerancia represiva, de donde viene todo lo que se ha dado en denominar la corrección política. Es decir, desde grupos minoritarios defendiendo causas que en principio son nobles; sin embargo, se ha empezado a extender una práctica de auténtica censura. Yo la califico de censura posmoderna y a ella dediqué un libro anterior titulado Morderse la lengua.

Pero, ¿de dónde procede esa censura?

Siendo en principio una censura que procede de la sociedad civil –no procede como la censura de siempre de los poderes políticos o religiosos–; sin embargo, ahora el poder ejecutivo y el poder legislativo de algunos países, entre ellos España, está asumiendo esos principios de censura, de manera que estamos evolucionando hacia lo que es la posdemocracia, que es el mantenimiento de la carcasa de un sistema democrático, pero desvirtuando totalmente esto.

¿Cómo se desvirtúa?

Poderes ejecutivos en algunos países de la Unión Europea –la Unión Europea ha llamado la atención sobre esto– están destruyendo un principio básico del racionalismo político del siglo XVIII, que viene de Montesquieu, que es la separación de los poderes. El poder ejecutivo quiere anular por completo la autonomía del poder judicial. Y en el poder legislativo, que es el Parlamento fundamentalmente, se están elaborando leyes que atentan al sentido de la razón, de lo razonable, que yo en el libro conecto mucho con el sentido común. Por lo tanto, creo que a la pregunta que usted me hace de quiénes son los culpables, hay que responder que efectivamente la política tiene responsabilidades, también la nueva sociedad digital, tiene responsabilidades la universidad... En este sentido creo, sin embargo, que la Universidad española y la europea resiste mejor, salvo en el Reino Unido, a lo que viene de Estados Unidos.

¿Y los intelectuales?

Hay que añadir algunas otras responsabilidades. La de los intelectuales, sin duda alguna. Porque los intelectuales debemos defender la razón. La razón es el principio que caracteriza un pensamiento basado en los hechos, basados en la lógica, que es lo que permite construir un sistema político y lo que permite también, por ejemplo, el desarrollo de la ciencia, que está siendo ahora profundamente atacada. Hay los negacionistas de todo, de las vacunas, del cambio climático, los terraplanistas... Los intelectuales se han dejado seducir muchas veces por estas teorías de la deconstrucción, que no es más que la destrucción de los pilares del siglo más importante para la creación de la modernidad, que es el siglo XVIII. De allí viene la primera declaración de la universalidad de los derechos humanos, algo que hoy en día se está poniendo en duda a través de lo que en el libro llamo el quilombo identitario. Las identidades ahora sirven para fragmentar la universalidad de la condición humana.

También le dedica un capítulo a la educación y critica las nuevas pedagogías, que no tienen en cuenta el aprendizaje de contenidos, la memoria ni el esfuerzo...

La educación ha abandonado, según determinadas teorías pedagógicas, el sentido común de las cosas y lo razonable también del proceso educativo y como consecuencia hablo de una poseducación, que empezó a ser aplicada en Suecia en los años sesenta con unos resultados nefastos y, sin embargo, en otros países, entre ellos España, se siguen aplicando los mismos principios que allí ya fracasaron totalmente y que tienen la grave responsabilidad de construir nuevas generaciones en donde se produce el atropello a la razón y se abandona el principio de la verdad.

¿Y cómo cree que serán entonces esas próximas generaciones, las educadas en esa poseducación de la que habla?

Yo tengo una enorme confianza en la condición humana y soy en ese sentido optimista. Siempre ha habido a lo largo de la historia momentos en que la razón ha brillado y momentos en que se ha atacado, probablemente nunca con las mismas características que ahora, porque por ejemplo durante mucho tiempo el gran ataque a la razón venía de las supersticiones, de tipo religioso o algo parecido. Ahora es diferente. Lo importante es, en la medida de lo posible, conseguir que la educación vuelva a los principios fundamentales que están basados en la razón y también en el sentido común de las cosas. Pero, si no, cada persona tiene una inteligencia, tiene una razón inserta en su propio ADN. Yo, que llevo 52 años enseñando en la universidad, sigo teniendo mis alumnos y nunca me doy por derrotado en que aunque el entorno no les ayude, entre ellos no haya esa reacción y no se apunten al heroísmo de la razón de Husserl.

Le dedica un espacio en el libro a la cultura de la queja, que quizá está muy asentada, ¿no?

Pues sí. De repente la víctima es el héroe de nuestro tiempo y además se producen unas circunstancias increíbles. Hoy en día la condición de víctima es sobre todo el resultado de la afirmación de alguien que se postula como víctima. No se le exige ningún título de crédito. Simplemente, alguien se considera víctima. Y además, ¿qué ocurre con las víctimas?, que quedan eximidas de cualquier responsabilidad. Simplemente como son víctimas, ya no son responsables de nada ni culpables de nada. En el libro menciono lo que pasó en Australia con las mujeres de algunas tribus aborígenes que eran maltratadas desde todos los puntos de vista por sus hombres. ¿Y qué ocurrió? No se dio eco de la situación de estas auténticas víctimas porque a los hombres aborígenes se les consideraba víctimas del imperialismo británico. Y como ellos eran víctimas primero, ya no podían ser sujeto de evaluación por cómo hacían otras víctimas secundarias que eran sus propias mujeres.

No sé si podría servir de ejemplo el caso de Trump, que acaba de ser condenado y eso hizo que su éxito aumentase...

En el libro lo explico. Es un proceso que tiene que ver con lo que viene de uno de los grandes ataques a la razón, que es la destrucción del concepto de verdad. Lo falso se sitúa en el mismo plano que lo verdadero, incluso yo diría en un plano superior. Lo verdadero decae, ahí está todo lo que se llama la posverdad, que no es más que la mentira posmoderna. Ahora la mentira se ha empoderado, es decir, que se ha convertido en algo exhibicionista y algo que vende y que consigue enormes réditos. Simplemente, ya no existen límites en la actuación, por ejemplo, de los políticos y de sus votantes para valorar las cosas en función de la verdad y, en consecuencia, a partir de ahí, ancha es Castilla, todo es válido. Eso es lo que explica estos fenómenos, que en este momento los indicios o las acusaciones o los casos de corrupción a un político o a su familia en vez de perjudicarle lo ennoblecen y lo proyectan en esa masa de votantes y estamos hablando de posdemocracia. Hay una enorme desfachatez. Al no existir unos parámetros basados en la razón, que es por los que se movía el comportamiento individual y el comportamiento político, a partir de ahí todo vale, todo es posible. Y empieza una especie de competencia a ver quién va más lejos, quién inventa subterfugios y soluciones más asombrosas, en lo que, por supuesto, tienen mucho que ver las redes sociales y la propia sociedad de la comunicación con la proliferación viral de informaciones que no se caracterizan precisamente por su veracidad.

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¿Usted utiliza redes sociales?

No. Yo escribo WhatsApp, correos electrónicos, todo eso por supuesto, y entro en Google, en la Wikipedia, en YouTube y demás, pero yo no formo parte de ninguna red social porque, habiendo estado durante muy poco tiempo en ellas, me di cuenta de por dónde iban los tiros y no me interesan, además no me aportan absolutamente nada positivo.

Ya no es director de la RAE, pero sí, desde luego, académico. ¿Tienen ustedes muchas discusiones antes de decidir aceptar una nueva palabra en el diccionario?

La Academia Española trabaja mucho y todos los jueves tenemos dos sesiones, una primera en comisiones, que son cinco, en donde nos distribuimos los académicos, y luego ya el pleno. Yo estoy precisamente en la comisión de neologismos, que es a donde llegan las propuestas. La decisión final se toma en el pleno y por medio hay un trabajo muy competente de un equipo de unas 85 personas. Esas discusiones no son, digamos con todo el respeto, discusiones de café, porque para todo hay una enorme documentación. De hecho mi compañero de la Universidad de Santiago Guillermo Rojo, que es uno de los grandes lingüistas informáticos del mundo hispánico, dirige una sección que cada año introduce 25 millones de formas del español en nuestras memorias informáticas, un 30% tomadas de España y un 70% del resto de los países donde se habla español.

¿Y la palabra posverdad costó mucho incluirla?

No. Yo fui ahí muy militante en que se incluyera. La traducción del inglés es muy fácil y la diferencia es que para nosotros es un sustantivo y en cambio inglés es un adjetivo. Ahí yo creo que fuimos muy rápidos. Yo estaba trabajando precisamente sobre ese tema y pude aducir mucha documentación de la importancia que la posverdad estaba cobrando en las discusiones y en los textos. Y en la propia sociedad. Eso sí, recuerdo que la definición nos llevó bastante tiempo, porque quisimos matizar mucho el concepto de posverdad.