Crónicas teutonas (II): De los sueños de Mozart a las expectativas de Lamine

Donaueschinguen podría ser Cicelly porque aquí, como en ‘Doctor en Alaska’, “pasando todo lo que pasa, en realidad nunca pasa nada”

Lamine y Nico salen del entreno de la selección española de fútbol

Lamine y Nico salen del entreno de la selección española de fútbol / Pablo Garcia/RFEFd

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

Soy de esos que recuerdan lo que sueña. Y no es algo que me entusiasme especialmente porque en algún lado leí que las personas que recuerdan los sueños lo hacen porque su cerebro está más atento a los estímulos externos mientras duerme. Y son los que tienen el sueño más ligero y se despiertan más veces en la noche quienes recuerdan con mayor facilidad los sueños. Wolfang Amadeus Mozart tenía un sueño recurrente: soñaba que recordaba los sueños. Nunca llegó a saber a ciencia cierta si era un anhelo o por el contrario si había soñado eso. Nunca llegó a recordar realmente qué soñaba, pero sí que había soñado que lo recordaba. Envuelto en ese bucle llegó en 1766 a Donaueschinguen, pueblo en el que se concentra estos días la selección de Luis de la Fuente. Se alojó doce días en el principesco palacio de Fürstenberg, donde estudió la obra de un Bach al que había conocido meses antes en Londres. Para entonces, con diez años, llevaba meses viajando con su padre Leopoldo por París, Londres, Múnich o Zúrich exhibiendo su prodigioso talento musical. Amadeus vivió atormentado por cumplir las enormes expectativas que su padre había depositado en él.

Aplastado por las expectativas

No hay nada peor que vivir condenado por tus propias expectativas. España lo sabe bien porque lo hizo durante años despertando recurrentemente de la pesadilla en cuartos de final. Ahora todos la respetan, pero España no es favorita en esta Eurocopa y eso es una bendición. “Bienaventurado quien nada espera, porque nunca será defraudado”. Siempre que me calzo las zapas y salgo a correr por la mañana con mi cabeza a la deriva, imagino la vida de quienes me cruzo o la historia de las calles por las que transito. Estos días dejo volar mi imaginación pensando en cómo fueron aquellos doce días de Amadeus en Donaueschinguen. A diferencia de él, a Lamine Yamal, otro joven sin duda prodigioso, todos le protegen para evitar que sea aplastado por sus expectativas. En realidad no por las suyas, por las de los demás. Porque el chico se limita a jugar a la pelota con una sonrisa colgada de la boca mientras el resto pronuncia verbos poco lúdicos como “competir” o “desequilibrar”.

Con toda la naturalidad del mundo Lamine se ha refugiado en la adolescente amistad que está tejiendo con Nico Williams, otro chico que desoye las palabras gruesas y se limita a divertirse con la pelota en los pies. Se les ve juntos entrenar, comer, pasear, cuchichear, bromear… Rodri los vigila desde la distancia y escuchan a un Navas que tiñe de ese azul de sus ojos una letanía que repite cada vez que le vuelven a preguntar: “Venga Jesús, cuéntanos aquel gol en Sudáfrica”. Y Jesusito repite entusiasmado la jugada que marcará su carrera y su vida, un lance que comenzó sin ninguna expectativa, que pudo arruinarse en un par de ocasiones por el camino, y que finalmente terminó con Iniesta de mi vida descosiendo las redes de la portería de Stekenlenburg.

Donaueschingen aparece en una novela (‘Doctor Faustus’) que Thomas Mann escribió en 1947. Este pueblo de nombre antipático esconde en su interior un secreto: Donau es el nombre en alemán del Danubio, que nace ce los alrededores del pueblo. Un paraíso geológico que esconde un lugar paradójico, porque pasando todo lo que pasa, en realidad “aquí nunca pasa nada”. Me lo confesaba resignada Heidi, la camarera de un local al que me entré hipnotizado por el olor de su café. Al menos, pienso, puede huir a París, que está a cuatro horas por carretera, o a la burocrática Estrasburgo, apenas a una hora. Trotando por aquí no he podido evitar acordarme de Cicely, el Macondo de ‘Doctor en Alaska’, la serie antes de las series. El infierno particular del doctor Fleischman y al tiempo el paraíso de Maggie O’Connell.

Mi personaje favorito, Chris Stevens, un recluso reconvertido en locutor de radio que se sacaba el título de sacerdote por fascículos en la revista ‘Rolling Stone’, se preguntaba: "¿Cuál es el sonido de una mano que aplaude? Yo opino que ninguno. Si no hay dos manos, no hay aplauso. Es muy simple. Estrellas, galaxias, aplausos. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que todos necesitamos a alguien. Seas una constelación o un protón, un Yin o un Yan, todos relacionados con todos. Como Romeo y Julieta, el pescado y las patatas, Tommy y Jerry, Gilbert y Sullivan, Matt y Jeff, Land y Fontaine, Epi y Blas, Wilbur y Orville, caballos y vaqueros, reyes y coronas, Bogart y Bacall, Marco Antonio y Cleopatra”. Entonces me asalta la imagen de Lamine junto a Nico y mientras me recriminó a mí mismo las expectativas que he depositado en ellos me cruzo, en mi carrera por la Selva Negra, con un crío de apenas diez años con una camiseta de Yamal. De repente me asalta una duda: ¿Esto lo había soñado o es algo que me está pasando en realidad?”. Dicen que la vida es lo que pasa entre que recuerdas un sueño y otro. ¿Recordará Lamine lo que sueña? ¿Y Nico? Mozart murió sin saberlo en realidad.