Crónicas teutonas (IV): ¡Adieu Françoise, hallo Berlín!

La muerte de la musa del pop francés nos pilla haciendo las maletas para viajar a Berlín, donde Laporte no estará en el once por unas molestias que suenan a excusa para tapar su falta de ritmo

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Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

Desde que tengo memoria recuerdo la voz aterciopelada de Françoise Hardy susurrando sus melancólicas canciones en el viejo tocadiscos de papá. Tout les garçons et les filles, Comment te dire adieu, Ma jeunesse fout le camp... Aquella chica frágil con su androginia hipnotizante conquistó a Bob Dylan, a Mick Jagger, y a David Bowie, que confesó estar “apasionadamente enamorado de ella. Todos los hombres del mundo lo estábamos, y unas cuantas mujeres también". A mí, lo confieso, también. Su melancolía me sedujo y la he seguido durante años por el cine, la moda y hasta libros tan recomendables como sus memorias: ‘La desesperación de los simios y otras bagatelas’.

Del pesimismo defensivo al optimismo inteligente

Hardy componía en el cuarto de baño, donde se encerraba con la guitarra que su madre, soltera, le regaló a los dieciséis años. “Las paredes del baño mejoran la sonoridad de mi guitarra”, decía. Una musa del pesimismo que vivía enamorada de un amor que no llegaba, quizás ni existía. “Sólo los hombres dotados de una dosis suficiente de feminidad pueden turbarme”, confesó desmontando el mito del macho alfa. Una feucha elegante que siempre soñé que me cruzaría en alguna estación de tren, paseando por el boulevard de Saint-Germain o en la terraza de cualquier café de Montmartre. Algo que ya no pasará. Lo supimos al leer “Maman est partie” ¡en el instagram! de su hijo. ¡Qué falta de grandeur!

Hardy me reclutó para su ejército de melancólicos y pesimistas. Diré en mi defensa que aunque sigo siendo un solitario, a mi pesimismo lo he dotado de cierto pragmatismo. Un pesimismo defensivo que te hace pensar en lo peor para que lo peor no pase, muy del estilo de mi hipocondríaco de cabecera, Woody Allen. Yo, como decía Ancelotti elogiando a Nacho, también soy un “defensa pesimista”. En realidad vivo entre ese pesimismo defensivo y lo que podríamos llamar un ‘optimismo inteligente’, ese que me lleva a levantarme cuando estoy hundido pensando que nada puede ir a peor.

Françoise Hardy.

Françoise Hardy. / Agencias

Sin Laporte, "el defensa "optimista"

Entre el pesimismo defensivo y el optimismo inteligente pasan los días en Donaueschingen, donde Luis de la Fuente apostará por Nacho, el “defensa pesimista” como titular ante Croacia. Lo hará junto a un ‘compatriota’ de Hardy, Le Normand. Se ha caído del once Laporte por unas sospechosas molestias que parecen esconder una inquietante falta de ritmo competitivo en Arabia Saudí. Se antoja raro que Le Normand y Nacho, dos sicarios defensivos, formen dupla dejando fuera a un Laporte con mejor pie para desactivar cortinas defensivas. De hecho, es el único central con capacidad para filtrar ese primer pase. Él y Unai Simón, nuestro primer atacante al que podríamos denominar “el portero optimista”.

Se acerca el día del debut en esta Eurocopa y en el campamento base de la selección comienzan a formarse, como siempre, dos bandos. Los que se suben al elefante de la euforia y proclaman el favoritismo de esta España joven y talentosa. Y los que emergen enfrente, los aguafiestas antropológicos, algo muy español. Esos que como todo va bien sostienen que algo malo va a pasar. Aplican una distorsión cognitiva para autosabotearnos argumentando que no merecemos el éxito o la tranquilidad de la que disfrutamos ahora. Siempre he sospechado que tras esa actitud vital se esconde una baja autoestima. Gente instalada en un diálogo negativo que hay que mantener a distancia para no verse atrapado en él.

Y así estamos, mientras hago la maleta para levantarme a las 4 de la mañana y coger el coche camino de Stuttgart, donde me subiré a un tren que nos permitirá cruzar Alemania hasta Berlín, casi 800 kilómetros. Aferrado a mi pesimismo defensivo, alejado de los que se autosabotean y seguro de que ya no me podré cruzar jamás con Hardy en un vagón. Al menos nos quedan su voz y su guitarra. ¡Adieu Françoise, hallo Berlin!