Normalizar el debate en el Barça

Joan Laporta y Victor Font, durante las elecciones a la presidencia del Barça

Joan Laporta y Victor Font, durante las elecciones a la presidencia del Barça / EFE

David Bernabeu

David Bernabeu

Hace tres semanas, en un acto a caballo entre el coloquio y la rueda de prensa, compareció el excandidato Víctor Font. Se armó el quilombo por una frase: “el Barça está peor que hace dos años”.

Font apeló al incremento de la deuda, a la venta de patrimonio y a las pérdidas de explotación. El club, casi al instante, organizó un “off the record” - una manera encubierta de evitar la rueda de prensa - para que el vicepresidente económico, Eduard Romeu, pudiera contrarrestar esa versión.

Romeu es una pieza clave y a la vez demasiado escondida de esta directiva. Debería aparecer mucho más. Comunica bien, virtud algo escasa en esta junta - Joan Laporta al margen -, y si equivoca el tono, como le ocurrió recientemente ante un grupo de socios, es lo suficientemente humilde para pedir perdón. Cree el cerebro financiero del Barça que la deuda está ahora ordenada, con una visibilidad controlada a largo plazo y unos objetivos medidos que harán mejor a la institución.

Que Víctor Font, a quien - no lo olvidemos - le apoyaron más de 16 mil votos, fiscalice públicamente la gestión una vez al año y que el Barça le rebata debe verse con normalidad. Es un debate necesario y casi obligado para el club. Es más, debería ser casi corriente que el presidente azulgrana se sentara, de vez en cuando, con candidatos que pasaron el corte y presentaron proyectos de futuro para el Barça.

Tenemos que cambiar el paso y ser capaces, empezando por los dirigentes, de cultivar otro mensaje. Un mensaje en el que la discrepancia nunca diera paso a la descalificación y el bien común fuera el Barça, no el poder.

Eso vale igual para los que estuvieron fuera antes de estar dentro y para los que pretenden un día estar dentro pero ahora andan fuera. Si el club procede del fango no puede levantarse desde el fango.

Desde luego, la etiqueta y el insulto, una lacra que sufre también el periodismo, son un pasaporte al fracaso.