El modelo de futuro del Barça todavía está por inventar

Joan Laporta, presidente del FC Barcelona, a la salida de las oficinas de la entidad azulgrana

Joan Laporta, presidente del FC Barcelona, a la salida de las oficinas de la entidad azulgrana / David Ramírez

J.Mª Casanovas

J.Mª Casanovas

La dimisión del director general Ferran Reverter ha puesto en evidencia que el Barça no funciona como una empresa. Nada nuevo. Siempre han prevalecido los resultados deportivos sobre los económicos. Interesan más los títulos que los beneficios.

La entidad que se ha distinguido por ser más que un club, funciona con un código particular. Un club que no tiene dueño, que es propiedad de los socios aunque no tengan ningún título ni acción que lo acredite. Es un modelo anticuado en el siglo XXI. La prueba más clara es que en vez de tener un Consejo de Administración ejecutivo, todavía se rige por una Asamblea de Compromisarios de socios a la vieja usanza.

Los presidentes del Barça históricamente han ejercido como si fueran los amos de la entidad sin serlo. El poder de ganar una elección otorga una autoridad indiscutible. Este sistema presidencialista funcionaba cuando los otros clubes tenían un estilo de gestión parecido.

Pero cuando los presupuestos alcanzan volúmenes de riesgo importante y los rivales se convierten en potencias globales, hay el riesgo de quedarse atrás y perder la batalla económica. En las circunstancias actuales es difícil luchar contra clubes respaldados por Estados, el Manchester City es propiedad de Abu Dhabi y el PSG, del gobierno de Catar.

El Bayern tiene una estructura societaria donde los socios han dado entrada a grandes empresas en su accionariado: Adidas, Audi y Allianz. El Liverpool es propiedad de Fenway Sports Group, empresa americana valorada en 7.350 millones de dólares especializada en deportes y entretenimiento que tiene un club en la Liga MLB, Boston Red Six.

El futuro del Barça, sin prisas pero sin pausas, pasa por inventar e implantar un modelo de gestión moderno. Un modelo de negocio que contemple ampliar la actividad al mundo digital, la producción televisiva y la monetización de sus redes sociales.

Si solo piensas en el equipo de fútbol, es imposible pagar la deuda de 1.350 millones que arrastra, devolver el crédito de más de 500 millones adelantado por Goldman Sachs y cumplir los plazos de amortización de los 1.500 millones del Espai Barça. El lastre económico es muy grande, hay que montar una estructura financiera capaz de afrontar el reto.

No estamos hablando de tirar la toalla y convertirse en una Sociedad Anónima pura y dura. Pero seguir el camino actual, conduce al precipicio. La deuda aumenta de tal forma que el club corre el riesgo de acabar en manos de los bancos acreedores. Partiendo de la base de que la deuda actual es inasumible para el bolsillo de los socios, hay que buscar fórmulas para que el Barça, sin perder su identidad histórica, tenga músculo financiero para volver a ser un club de referencia mundial.