Jakobsen, triunfo en la Vuelta al año de casi morir

El velocista neerlandés se impone en la llegada masiva de Molina de Aragón tras superar una gravísima caída

El líder Rein Taaramäe se fue al suelo en el tramo final sin consecuencias físicas ni numéricas

Jakobsen vuelve a sonreír

Jakobsen, la esperanza del Quick Step / EFE

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

A la vida se vuelve después de muchos meses de hospital, del esfuerzo de médicos polacos y de las intervenciones quirúrgicas de los especialistas neerlandeses. Y se vuelve con una sonrisa y hasta con alguna lagrimilla cayendo de los ojos. 

Fabio Jakobsen volvió a ganar después de casi morir por culpa de una caída brutal en un esprint de la Vuelta a Polonia. De eso hace un año, una pesadilla terrible, un sufrimiento para él y su familia, que ha terminado con un final de novela y un triunfo en la Vuelta.

Nadie tenía dudas de que la ronda española se resolvería con un esprint en Molina de Aragón, que aunque su nombre engañe es una localidad de Guadalajara, entregada a Castilla por el reino de Aragón por allá el siglo XII y a la que no le faltan castillos, ni símbolos para recordad la Edad Media.

Como también luce símbolos medievales Sigüenza por donde pasa la Vuelta a las tres y media de la tarde, con 80 kilómetros a recorrer, con un trío en fuga (un valenciano, Joan Bou; un gallego, Carlos Canal y un cántabro, Ángel Madrazo) y el pelotón a dos minutos de diferencia. Todos saben que esa fuga no a ninguna parte; los tres aventureros, el pelotón, los directores que van detrás en los coches auxiliares y los vecinos y turistas que llegan las calles de Sigüenza.

Es la turística pequeña ciudad castellano-manchega un ejemplo de lo que sucede en cualquier pueblo de España por donde pasa la Vuelta, bajo el sol de agosto, con el país paralizado por las vacaciones y con muchas personas que toman el paso de la carrera como un atractivo más en sus vacaciones.

Hasta 20 minutos antes de la llegada de los corredores, Sigüenza está en las terrazas de los bares, con las tapas, el vino o la cerveza. Han venido los vecinos de Palazuelos, Carabias, Alcuneza, Barbatona, Moratilla de Henares y Ures. 

Si se quitan los turistas que pasan el agosto en las viejas pero acondicionadas casas de estas poblaciones, el resto del año no llegan en total a 150 vecinos. Todo queda muy lejos; Madrid está a hora y media en coche y Guadalajara, la capital provincial, a 50 minutos de carretera.

Faltan 10 minutos para que aparezcan los corredores. Han pasado los guardias civiles con banderines amarillos, peligro algo va a ocurrir, y luego con los rojos, que sirven para que se vean las luces encendidas de los coches que preceden a los ciclistas. 

A 43 por hora, apenas son 12 segundos, entre el primero y el último del pelotón y unos 20 más si se añaden los coches que van a estela de los ciclistas. Poco más de un minuto; los niños, ni se enteran y el que ha hecho fotos con el móvil, peor todavía.

En la Vuelta la espera transcurre a base de calamares, morcilla, torreznos y jamoncito, pero en el Tour no hay tapa que valga, sino una sombrilla y hasta seis horas de guardia, y si es entre vallas pidiendo favores si hay ganas de ir al lavabo para no perder la posición.

¿Identificar a Jakobsen? Imposible a esas velocidades; ni al líder, Rein Taaramäe, que se cae solo en la zona de seguridad de la meta; ni a Roglic, ni a Bernal, ni a Valverde; a nadie, solo el placer de haber respirado, a ser posible con la mascarilla, el aire de los ciclistas.

Dos horas después del paso por Sigüenza, Jakobsen se reencuentra con el triunfo en Molina y es la hora de agradecer y emocionarse tras casi un año de luchar primero con la vida y después con las ansias de volver a ser deportista profesional. 

"Esta victoria es un sueño hecho realidad y solo puedo agradecérselo a los médicos polacos y neerlandeses que cuidaron de mí... y a mi familia", dice el velocista holandés. Para aplaudir.