La injerencia del Kremlin en América Latina

La presencia de Rusia en la Venezuela de Maduro: Wagner, bases militares y asesores de los órganos de tortura

El despliegue de mercenarios, militares y asesores de seguridad no está respaldado por tratados bilaterales aunque persisten dudas sobre su capacidad de frenar una eventual caída de Maduro

Agentes rusos entre torturadores en Venezuela

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Redacción Barcelona

Hasta en tres ocasiones escuchó Osmundo hablar en ruso durante los ocho días en que permaneció preso en la sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), una antigua fabrica textil transformada en cárcel y sita en Boleíta, en el área metropolitana de Caracas, e identificada por la Organización de Estados Americanos como instalación donde se practica regularmente la tortura. Ocho días en los que le cubrieron el rostro con una carpeta de Manila asida precariamente a la cabeza con cinta aislante, en los que sus guardianes le mantuvieron adrede en una posición de estrés, con las manos colocadas hacia atrás y esposadas a una silla, en los que pudo acudir al lavabo en solo dos ocasiones, y en los que, alguna vez, fue despertado a patadas tras rendirse al cansancio y caer dormido. Ocho días que le permitieron comprender el relevante papel que habían adquirido los 'asesores de seguridad' venidos de la Rusia de Vladímir Putin en la represión de la oposición en Venezuela.

La primera ocasión en que escuchó a esos agentes venidos del frío fue al poco de su ingreso en prisión, cuando lo trasladaron a un lugar que los presos bautizaron como 'el cuarto de los locos'. "Las paredes son de pladur y se oye todo; ellos te dejan allí durante 15 minutos para que oigas cómo se golpea al preso en la celda contigua", rememora. Allí Osmundo, quien prefiere no revelar su verdadero nombre, pudo distinguir voces rusas que daban instrucciones a torturadores venezolanos mediante una tercera persona, probablemente un traductor. Y de todo lo que oyó, una frase, una instrucción, se le quedó grabada en la mente: "Así no; ¡voltéalo!". En alguna ocasión en que pudo observar la estancia por debajo del cartón que le cubría su rostro, identificó que las paredes presentaban manchas de sangre reseca, como oxidada. Y frases escritas del tipo: 'Dígale a mi padre que estoy vivo'. "Daba terror", explica ahora.

La segunda oportunidad en que escuchó nuevamente el idioma eslavo en esas instalaciones caraqueñas se produjo mediada su estancia, cuando se hallaba en un lugar bautizado como "el cuartico de las muñecas". También en la habitación de al lado, hombres se dirigían en ruso a un preso que al principio reía, pero que posteriormente empezó a ser golpeado de forma salvaje. En esta ocasión, no había una tercera persona, no había traductor. Al salir de la estancia, Osmundo identificó, por debajo de la carpeta, huellas de pie ribeteadas de sangre marcadas en el suelo. Poco después, consiguió hablar con el preso en cuestión, quien le contó que sus torturadores le habían producido cortes en los pies con cuchillas de afeitar. "¿Y qué te preguntaban?, inquirió el primero. "Yo no sé lo que me preguntaban porque no hablo ruso", le respondió su interlocutor.

Hacia el final

La tercera circunstancia en la que se topó con 'asesores de seguridad' llegados desde Moscú se produjo hacia el final de su estancia en el CGCIM, después de haber sido obligado a firmar una declaración de autocondena por el delito de traición a la patria. Se hallaba en un pasillo que desemboca en una suerte de comedor. Y en el trajín, en el ir y venir de la gente, pudo escuchar a dos personas que pasaban hablando en ruso. "Conversaban en voz baja", cuenta. Por debajo de la cobertura que le cubría los ojos, consiguió hasta verles los pies y los tobillos. "Iban vestidos con chándal y con zapatillas de deporte; no llevaban uniforme militar", explica.

En plena disputa sobre el ganador de las recientes elecciones presidenciales en Venezuela, muchas cancillerías y observadores se preguntan por el peso y la influencia que ha adquirido el Kremlin en los últimos años en la nación caribeña. Y aunque ambas se presumen importantes, existen numerosas incógnitas al respecto.

A diferencia de lo que sucede en la Nicaragua de Daniel Ortega, otro de los grandes aliados del Kremlin en el continente americano, la presencia de militares, mercenarios y asesores de seguridad rusos en la Venezuela de Nicolás Maduro "se mueve en el gris" y en su mayoría no está respaldada por tratados bilaterales de cooperación, informa para EL PERIÓDICO desde Buenos Aires Andréi Serbin, director del think tank Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). Una parte importante del contingente, continúa el académico, está vinculada "a las tareas de mantenimiento técnico del armamento" provisto por Rusia, principal exportador de equipamiento militar al país caribeño, que ha adquiriddo desde los tiempos de Hugo Chávez armas de fabricación rusa por valor de 15.000 millones de dólares.

La presencia de mercenarios rusos como el grupo Vega está probada gracias a fotografías, destacad Serbin, mientras que en el caso de Wagner se deduce y ha sido confirmada por el propio presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, aunque eso sí, existe controversia respecto a la cifra exacta de efectivos desplegados. Héctor Schamis, profesor de Economía Política y Democracia de Latinoamérica y Países Socialistas en la universidad de Georgetown, estima, a través del teléfono, que existen "alrededor de 400 efectivos" de Wagner, que conforman "el primer anillo de seguridad del presidente Maduro". Su llegada se materializó en 2019, cuando el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó se proclamó presidente del país en un gesto que fue reconocido temporalmente por el grueso de la comunidad internacional. Por su parte, el abogado opositor William Cárdenas, presidente de la Plataforma Democrática de Venezolanos en Madrid, sostiene que su número real se acerca a los tres millares y que el grueso ha arribado recientemente al país caribeño coincidiendo con la llegada de buques de guerra rusos al puerto de La Guaira, apenas semanas antes de la celebración de los contestados comicios presidenciales. Se sabe además que Rusia cuenta con "dos bases militares" en Valencia, en el estado de Carabobo, y la segunda en Manzanares, en el estado de Miranda. De acuerdo con Manuel Cristopher Figuera, exjefe de la inteligencia venezolana y desertor del régimen venezolano, la principal función de ambas instalaciones militares es "amenazar la seguridad nacional de EEUU".

El debate también está abierto a la hora de evaluar la influencia y la efectividad de los contingentes rusos, y su capacidad futura para evitar una eventual salida de Maduro del poder en el caso de protestas multitudinarias. Tras su paso por la sede de la contrainteligencia militar, Osmundo cree que los asesores rusos "han tomado el relevo" de los cubanos, vinculados tradicionalmente al aparato represivo venezolano, en el entrenamiento de las fuerzas policiales locales, a las que considera "muy torpes" a la hora de neutralizar a la oposición. Schamis, por su parte, no cree que, llegado el momento, el contingente ruso, en su tamaño actual, pueda oponerse de forma efectiva en el caso de que las protestas sean generalizadas. El jurista Cárdenas, en cambio, demanda una "acción contundente" y disuasoria de la comunidad internacional para evitar que Moscú siga enviando hombres al país caribeño, un movimiento que en su opinión, entra dentro de los supuestos del "crimen de agresión" incluido en el Estatuto de Roma. Rusia y Venezuela "son aliados naturales y económicos" y Putin "enviará a hombres a Venezuela en la medida en que Maduro los necesite", augura.

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