Elecciones EEUU 2024

Ni insultos racistas ni misoginia: la irrupción de Kamala como rival de Trump trastoca la estrategia republicana

El expresidente y candidato republicano, Donald Trump, durante un mitin en Charlotte el pasado miércoles.

El expresidente y candidato republicano, Donald Trump, durante un mitin en Charlotte el pasado miércoles. / MATT KELLEY / AP

En su primer discurso tras la renuncia de Joe Biden a la reelección y su cesión de la antorcha demócrata a Kamala Harris, Donald Trump compareció genuinamente frustrado ante su público en Carolina del Norte, como ese niño glotón al que de repente le niegan el postre. Privado por primera vez en muchos meses de protagonismo, se enzarzó en una diatriba contra los medios por su supuesta renuencia a subrayar en sus crónicas las cifras de sus aforos multitudinarios o hacer planos generales de sus mítines. "Masivos", "incomparables", "hermosos". "Nunca mencionan nuestros aforos", dijo apretando los dientes. Pero Trump también dejó entrever que cualquier intento de su campaña por imponer un mínimo de disciplina a su verborrea está llamado a fracasar. El neoyorquino no ha cambiado. Sigue siendo pura anfetamina catódica y sin filtros, dispuesta a recapturar la atención que los demócratas le han robado.

Sus llamamientos a la unidad y la concordia que siguieron al atentado frustrado que le arañó la oreja, dejaron paso al trazo grueso de siempre. “Si no os importa nos vamos a ahorrar las sutilezas”, le dijo a la parroquia en Charlotte. “Durante tres años y medio la mentirosa Kamala Harris ha sido la arquitecta de todas las catástrofes de Biden”, disparó. “Es una lunática radical de izquierdas que podría destruir nuestro país”. También la llamó “incompetente” y “tonta como una roca”, el aperitivo de un repertorio que en las redes ya empieza a supurar misoginia y racismo.

Para los republicanos, el cambio de cromos demócrata es un desafío notable. De enfrentarse a un hombre blanco frágil y envejecido han pasado a tener enfrente a una mujer negra más joven, con chispa y hasta cierto punto imprevisible. Una 'Ká-ma-la' (así se pronuncia) que ha resucitado el interés de las bases y está batiendo récords de recaudación. Y no solo. Las afiliaciones al partido, el flujo de voluntarios o los aforos iniciales de sus mítines se han disparado. “Vamos a tener que empezar de nuevo”, reconoció Trump en su red social el mismo domingo de la renuncia de Biden, refiriéndose a la necesidad de replantear su campaña.

Política y no personalidades

En los despachos de su partido ya se había contemplado la posible salida de Biden. Pero se esperaba que los demócratas se sumieran durante una temporada en el caos hasta encontrar un candidato de consenso, según la prensa estadounidense. Nada de eso, sin embargo, ha ocurrido. En apenas 24 horas los jerarcas del partido cerraron filas en torno a Kamala, una coronación oficiosa que se cerró este jueves con el respaldo inequívoco de los Obama. Ese mismo día el líder de los republicanos en el Congreso se vio obligado a llamar al orden en sus filas, tratando de ponerle puertas al campo al ver cómo los cuchillos empezaban a volar entre sus cuadros sin más criterio que hacer sangre. “Esta elección tiene que girar en torno a las políticas y no a las personalidades”, dijo en una reunión a puerta cerrada. “No es nada personal. Ni la etnia ni el género de Kamala Harris tienen nada que ver en esto”.

El historial de ataques racistas y misóginos de Trump preocupa al partido, consciente de que una de las claves de noviembre estará en los suburbios de las grandes ciudades, donde predomina la clase media con formación universitaria. Históricamente los republicanos ganan en las zonas rurales y los demócratas en las urbes. Pero el extrarradio es siempre una incógnita. En su victoria frente a Hillary Clinton de 2016, Trump ganó en los suburbios por dos puntos. En su derrota contra Biden de 2020, los perdió por siete.

Progresista "radical" y clon de Biden

A tenor de distintos memorandos del Comité Nacional Republicano y sus satélites, la estrategia del partido consiste en pintar a Harris como una “progresista radical de San Francisco” y, por lo tanto, supuestamente alejada y sorda a las preocupaciones reales de la gente. Y, en paralelo, ligarla a las “políticas fallidas” de Biden. Hay intención de presentarla como débil frente al crimen, echando mano de algunos casos de su época como fiscal en California o sus simpatías hacia Black Lives Matter; responsabilizarla del caos en la frontera, de las restricciones al ‘fracking’ o de una economía que va bastante mejor de la percepción que reflejan las encuestas.

“Es una candidata débil, terrible como comunicadora y con posturas extremistas respecto a todo, desde la emigración a la energía, la economía o la seguridad nacional”, le dijo a ‘Vanity Fair’ uno de los editores de Breitbart, una de los medios de cabecera del trumpismo. “Todo pasa por energizar a los trabajadores blancos del Cinturón de Óxido. Recuerda, así es cómo ganó Trump en 2016”.

O dicho de otra forma, dar el callo en los estados desindustrializados donde escuece la globalización, la pujanza china o el abandono del gobierno federal. Todo lo que huela a élite allí apesta. Y es allí donde proletariado blanco basculó en masa hacia la derecha, privando a los demócratas de millones de votos. Uno de los motivos por los que Trump escogió a J.D. Vance como compañero de candidatura. Un Vance que salió de esa misma América carcomida por la nostalgia, las adicciones y la falta de oportunidades antes de pasar por los Marines y por Yale, una de las cunas de la élite.  

De momento las encuestas siguen situando a Trump ligeramente con ventaja sobre Harris. Pero el circo no ha hecho más que empezar. Y todo apunta a que no será bonito.