Crónicas teutonas (VI): Mi patria es una canción de Franco Battiato

Las aficiones de Escocia, Croacia y Hungría deslumbran en este arranque de Eurocopa, mientras España tuvo una representación discreta en las gradas del Olímpico de Berlín

Los aficionados escoceses animando a su selección en el partido inaugural ante Alemania

Los aficionados escoceses animando a su selección en el partido inaugural ante Alemania / UEFA

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

Dani Olmo, que creció y maduró en Croacia, nos advirtió antes de viajar a Berlín: "Para ellos jugar con su selección es un plus. No solo con el fútbol, también en balonmano, waterpolo... Mueren por ganar, tienen un hambre competitivo increíble". Croacia, a la que la guerra le quitó todo, tiene más ganas de ganar que nadie. El fútbol, en realidad, es un espejo en el que vemos nuestra vida pasar. Ayer, antes del partido, comí en el animado bar de mi hotel en Berlín: 'The Social Hub". Mezcla de residencia Erasmus y convención de 'nerds' de Silicon Valley invadida divertidamente por un ejército de croatas. Me tomé una cerveza con algunos de ellos y con una cuadrilla de españoles. 

"Nadie sabe mejor que Modric o Brozovic lo que significa para nosotros que ganen. El país se para cuando juegan. No es solo fútbol". Mladen venía de Split, pero tiene primos en Alemania, donde hay casi medio millón de croatas residiendo. Por eso "jugamos en casa". Si nadie siente más su bandera que Croacia, enfrente estamos nosotros. Uno los de países que menos se identifica con su selección (hasta que gana). Solo había que ver las gradas, donde diez mil españoles brotaban como setas entre los 50.000 croatas que las poblaban. 

Más bufandas que banderas

Transpiraba españolismo Luis de la Fuente en la previa: "Somos el mejor país del mundo, pero debemos sentirnos más orgullosos de ser españoles". Me dan pereza las comparaciones, aunque puedo estar más de acuerdo con la segunda premisa. Pero hay que respetar que cada uno sienta su españolidad como le venga en gana. La Historia revela que solo nos unimos cuando nos sentimos amenazados. Napoléon puede ratificarlo. Por lo demás, cada uno tiene su patria. La mía es mi cepillo de dientes y la primera página de un libro, un paseo por una ciudad desconocida o una canción de Franco Batiatto, que en su adolescencia fue "un defensa diletante, un Facchetti atolondrado". Rebatía el otro día a un colega sus reproches a un jugador de la selección española por hablar catalán en una rueda de prensa. El mismo periodista aplaudía a Ancelotti por responder en italiano a sus compatriotas o en inglés a los periodistas británicos. Somos más de bufandas que de banderas. 

Es difícil sentirse "muy español y mucho español", que diría Rajoy, con el nivel de nuestros debates políticos y nuestras tertulias deportivas. Que vienen a ser lo mismo. Pan y circo. Vivimos en un país que se indigna por encima de sus posibilidades. La piel fina es el mayor síntoma de paletismo que conozco. Viajar alimenta el alma y te abre el entendimiento. Cada uno es libre de sentirse como quiera, hijo de su ciudad, sobrino de su región o nieto de su país. Recuerdo como uno de los mejores veranos de nuestras vidas (junto a mis hijos) uno en un pueblo catalanoparlante del interior de Tarragona rehabilitando la casa de un payés. Ningún niño del pueblo hablaba castellano, pero mis hijos aún recuerdan lo bien que lo pasaron con su 'colla'. Nuestra tendencia natural es empatizar, no para odiar. Nos enseñan a hacerlo. 

Ver a los escoceses cantar durante 90 minutos más allá de que su selección estuviese siendo goleada fue emocionante. Como lo fue ver a los húngaros entonar su himno entre lágrimas después de 44 años sin jugar la Eurocopa. La diversidad es riqueza. He vivido cuatro años en Galicia, donde los seis primeros meses no me hablaban. Hoy algunos de mis mejores amigos son gallegos. Admiro cómo los croatas viven su patriotismo igual que disfruto viendo cómo lo hace un catalán del Raval, un madrileño de La Latina o un extremeño de Almendralejo. Soy del sur, del sur del sur... De la milenaria provincia de Cádiz, tierra abierta al mar donde todos son bienvenidos. Yo, en realidad, solo busco un centro de gravedad permanente...  

POSDATA: Gracias a la chica del tren, y a la paciente revisora, que me ayudaron a desenmarañar un lío con los billetes que resultaron no ser tal. El café que tomamos luego en el vagón cafetería me lo guardo como un regalo de este viaje. Hay gente buena en todos lados. Esa gente es mi patria.