Mañana se publicará la lista de la RFEA para los JJOO de París. Aunque nosotros no nos jugamos nada, nos gustaría que se haga la mayor justicia posible.
Si yo fuese seleccionador nacional de atletismo mañana sería un día pacífico porque entregaría una lista en la que entrarían todos los atletas que tienen el visto bueno internacional como, por ejemplo, Pol Retamal, Jorge Ureña y Victor Ruiz. No hablaría ni tan siquiera de la excelencia. Y si algún periodista me pregunta por ella le contestaría que para los JJOO no contamos con ella, que no era vitalicia y que esta vez se ha quedado en el banquillo. Y mi empresa, que es la RFEA, se pegaría un baño de masas interesante con aplausos que se escucharían hasta en Sebastopol. Creo que no habría mejor manera de empezar los JJOO.
Haría caso de las redes sociales que casi en su íntegra mayoría discrepan de la excelencia porque nadie, excepto Ana Peleteiro, cree que correr una o dos centésimas por debajo hace más competitivo a un atleta. Y muchas veces las redes sociales también llevan razón. Sobre todo cuando defienden a otros y no se defienden a ellos mismos.
De esta forma saldría una selección más saludable con mejor cara y en ningún caso se me ocurriría poner de ejemplo a Jael Bestue, Irene Sánchez Escribano o Agueda Marques porque han logrado la marca, que yo pedía, en el último macht Ball. Y no lo haría porque eso me parece un golpe bajo para quienes no lo han logrado. Y, en realidad, esto no es una guerra civil sino una maravillosa aventura en común.
Los JJOO son cada cuatro años y esto no es una oposición. El hecho de que vayas tú no significa que vayas a quitarle el puesto a nadie. Y la verdad es que dejar la silla vacía me parece una tontería como desperdiciar una oportunidad de gol en un partido difícil. Y no estamos para eso. Por eso no se trata de dar aprobado general sino de acompañar el esfuerzo de atletas que pusieron toda la carne en el asador, de abrir las ventanas, de que se hagan las paces y de que Chapado coja por banda a Pol Retamal para pegarse un abrazo con él y entre los dos entiendan que lo pasado, pasado está. Sobre todo porque el pasado ya no tiene la más mínima solución.
