Siempre dicen que entrenar es cuestión de voluntad, predisposición, esfuerzo, bla bla bla. Yo creo que tiene muchísimo más que ver con el entorno.
Cuando me junto con la gente adecuada no me cuesta lo más mínimo dejarme la vida, y sin embargo cuando no hay feedback (cuando estás fuera del mundillo vaya…) me cuesta la misma vida salir a arrastrarme durante veinte miserables minutos.
El ejemplo más flagrante de esta realidad es “El Pueblo”. El pueblo de mi madre es un pequeño lugar perdido en el espacio-tiempo, aunque sito en tierras alcarreñas pero bien vecinas de lo terolense. Pues bien, cuando acudo a este lugar la mera acción de correr se convierte en una proclamación de transgresión al más alto nivel; algo comparable a ir a comerse la hostia (comulgar) y plantarse delante del cura disfrazado de satanás.
Para daros un poco de perspectiva y arrojar luz sobre la realidad del running en un pueblo de 27 habitantes, he confeccionado un top10 entre todos los comentarios que han regado mis oídos durante estos años:
La primera vez que me lo soltaron pensé, -maldita la gracia del comentario-, pero tras escucharlo por vigésima vez comprendí que el ingenio y mordacidad de los paisanos no tenía límite.
¿En serio? Creo que nunca me he sentido tan lejos de otro ser humano…
Esto me lo decían con 12 años. Para ellos cualquier carrera de cualquier distancia es una maratón, y además (cambiando de tercio) no te comes un yogur, te comes un “danone”.
Este comentario no alberga maldad en absoluto, sino que nace de la más absoluta incomprensión.
Esto me lo dicen cuando ven que salgo a entrenar y no en ninguna otra circunstancia que podáis imaginaros… hay que ver cómo cambia el significado de los términos en función de la geografía.
Aquí he de reconocer que me planteé si no tenía razón mi buen amigo; colgado quizá no, pero una buena hostia podría llegar a merecer. Y por supuesto nunca confesé la verdad sobre mi Garmin por temor a ser desterrado o peor aún… linchado en la plaza.
Uffff… running in the pueblo es duro, pero imaginaos ser gay; siempre puede ser peor.
Lo peor de esta afirmación es que iba en serio…
Cuando una realidad tan diversa a la suya se manifiesta en una forma algo más concreta que un solo zumbado al que señalar con el dedo, se produce en el lugareño un sentimiento que cabalga entre la sorpresa y el susto.
Y bueno con la abuela no se juega, así que uno se deja querer y al final vuelve con el clásico pero imperecedero flotador vacacional.
No sé gente… si allá donde fueres haz lo que vieres, en vacaciones entrenaría Blas. Así que viva la cultura popular pero, ¡reciclémosla en la evolución paisanos!
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Dignos todos de ser entrevistados.
Ahi hay material.