En la final de 10.000 de los JJOO, Thierry Ndikumwenayo merece un capítulo aparte al batir el récord de España de todos los tiempos en el escenario más difícil.
Maravilloso Thierry Ndikumwenayo, que se convierte en catedrático. Maravilloso Thierry Ndikumwenayo con 26’49” en la final de 10.000 de los JJOO de París. Y maravilloso un atleta como él, que nos ha puesto la piel de gallina desde que el ejército etíope (Kejelcha, Aregawi y Barega) dio la orden de empezar a correr. Perdón: a volar.
Porque, en realidad, no se corrió en París. Se voló, que no es lo mismo. Y la prueba es que en el último kilómetro Joshua Cheptegei debió hacer 2’26” para ganar una final que, por encima de todo, fue una obra de arte. Todavía nos estamos recreando. Los 26’43”, récord olímpico de todos los tiempos, pasaron volando. Y con el estadio llenó hasta el último rincón.
Y en ese escenario, en el que Aregawi fue plata y Fisher bronce, Ndikumwenayo fue noveno y primer europeo por delante del francés Gressier. Dicho así, parece poco un noveno puesto. Pero hay que entender que el nivel era de ciencia ficción, casi que es imposible describirlo con palabras.
Y Ndikumwenayo lo sabía. Todos lo sabíamos. Hasta Oukhelfem, nuestro otro atleta, que fue doblado. Pero no fue raro. Etiopía puso un ritmo diabólico, insensato si no fuesen como son. Y todo eso da más mérito a la supervivencia en el grupo de Ndikumwenayo, que fue un atleta valiente que pasará a la eternidad al triturar el récord de España en París y convertirse en el primer español en bajar de 27’00”.
Hay poco más que añadir que no sean gritos de admiración. La final es para volver a verla. Una y mil veces. No nos cansaremos. Y la guinda del pastel fue Ndikumwenayo que en esta cita con las estrellas fue uno más. Si hubiese sido un Europeo hoy sería campeón de Europa. Y si hubiese sido un Mundial, donde el nivel siempre es inferior, no quiero no pensarlo.
