Solo un magnífico guionista podía hacernos esto. Solo un tipo así podía tener imaginación para justificar lo que ha sucedido en las semifinales del 1.500 entre nuestras tres atletas: Marta, Esther y Agueda. Agueda Marqués, que casi por primera vez en su vida se pone al frente de este triunvirato mágico. Y tiene que ser en el escenario más importante, en el único que sólo se repite una vez cada cuatro años: la final olímpica de 1.500.
Solo hay una palabra que defina todo esto en París: impresionante. A los 25 años, la chica de Segovia, la que lleva años tratando de recoger esa alternativa que no llega, ha elegido el sitio perfecto delante de 80.000 espectadores. Y encima después de superar la repesca y de ser su tercera carrera en tres días seguidos que parecía inutilizar sus opciones.
Agueda, en una serie lenta en la que el 800 se pasó en 2’13, pudo seguir la estela de Esther Guerrero, la primera en ir a por esa sexta plaza que daba acceso a la final. Y no solo la siguió, sino que la rebasó en el último aliento por cuatro centésimas (4:01). Y fue ella la que se quedó con la plaza de finalista. Sólo había una.
Toda la alegría por Agueda y desencanto por Esther que con 34 años quizá tenía su última oportunidad para la final olímpica. Al menos en 1.500. Y la lleva peleando desde Río 2016.
Pero el auténtico sabor agridulce sucedió en la siguiente semifinal donde Marta Pérez batió con contundencia el récord de España (3’57”) y no tuvo opción de pasar a la final. Increíble.
Nadie puede reprocharse nada, como dijo Marta frente a la prensa. Pero ha sido increíble. Ha sido la película que casi nadie esperaba. Un triple salto mortal que encumbra definitivamente a una atleta como Agueda Marqués a la que la excelencia de la RFEA estuvo a punto de dejar fuera si no llega a hacer la mínima en el Campeonato de España. Vivir para ver.
