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El licenciado en medicina que nunca ejerció para cazar al oso

Le ha costado 67 años de su vida a José Antonio Carrillo cazar al oso y lograr esa medalla olímpica en los 20 kilómetros marcha que ayer llegó con Álvaro Martín junto a la Torre Eiffel.

 

-Al oso, primero, hay que cazarlo y después se le quita la piel.

Es la frase que siempre repite este hombre que estudió y que se licenció en medicina. Sin embargo, nunca ejerció porque un día, que no se imaginaba ni él, el atletismo apareció en su vida. Y, en concreto, la marcha  “Saqué un 5 raspado en esa asignatura en el curso de entrenador”. Pero la realidad es que hoy, a los 67 años, José Antonio Carrillo es una eminencia de la marcha a la que solo le faltaba una medalla olímpica para ser como Sam Mussabini, el entrenador de ‘Carros de fuego’ al que tanto idolatra.

-Cuando corría con 13 años veía los JJOO y me gustaba cualquier cosa del atletismo. Llegué hasta hacer maratón (2 horas, 42 minutos en Madrid). Pero cuando empezó todo para mí fue cuando vi ‘Carros de Fuego’. Me impactó  Sam Mussabini, el entrenador del sombrero, y me pregunté por qué yo no podía emularle a él y tener algún día un atleta al que llevar a los JJOO y, de repente, eso se convirtió en la ilusión de mi vida.

Y esa es la magia de la vida. Que si se utiliza la paciencia todo puede llegar como le ha llegado a Carrillo la medalla a una edad en la que ya podría estar jubilado. Y no habría inconveniente porque tiene la vida felizmente resuelta. Pero hay pasiones que no se rinden y es lo que permitió que ayer la fotografía de José Antonio Carrillo recorriese redes sociales. Y se iluminase de felicidad junto a la Torre Eiffel, donde puso fin a una deuda consigo mismo que duraba 40 años, desde que todo empezó en esta profesión.

Carrillo podría ser médico, pero prefirió ser entrenador de marchadores. Ha sido feliz, ha sido exigente consigo mismo porque ha sabido gestionar el éxito y el fracaso. Se define como “el entrenador de pueblo” y no presume de nada para no desautorizar la memoria de su padre. Un albañil que le enseñó que la humildad debía presidoirlo todo. “Si no eres humilde no eres nadie”, justifica. “¿Qué es la vida al final sino es humildad? Yo siempre recuerdo el caso de mi padre. Toda la vida trabajando y al poco tiempo de jubilarse se lo llevó un cáncer de páncreas al hombre. Qué mala suerte. Unos días antes había venido a verme correr un maratón en Lorca”.

Y ése es Carrillo en estado puro. “Mi padre me enseñó a decir buenos días y a ceder el paso o el asiento a las personas mayores. Nada del otro mundo, en realidad. Son cosas básicas que en mi tiempo eran de lo más común. Pero hoy ya no las ves y es lo primero que yo deseo ver”.

Por eso nunca ha permitió que el éxito le hiciese peor persona porque supo gestionar la autoridad consigo mismo y con los demás. “A veces he tenido que tomar medidas drásticas, de chicos a los que he tenido que decirles: “Por favor no te bajes el móvil a la comida”. Y al que no lo entiende a veces se lo he tenido que dejar aún más claro: “el móvil lo dejas en la habitación o conmigo vas a durar muy poco”.

Carrillo es fiel a sus orígenes. “Yo hacía lo que podía en Cieza en el pueblo. Vivía cerca de una huerta. Bajaba y me comía una mandarina. Y hasta los 13 o 14 años pasaba los veranos en Madrid. Mi tío me llevaba a su casa que estaba en pleno centro, entre Carretas y la Puerta del Sol. Y en Madrid, menos el mar, era como verlo todo. Un día podías estar en la Casa de Campo y al día siguiente pasando en autobús frente al Museo del Prado. No lo olvidado todavía. No lo olvidaré nunca”.

 

 


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