Un tuit del ‘trail runner’ Aritz Egea me ha hecho pensar. Desde que comenzó todo este largometraje casi de ciencia ficción (es más crudo y real que un rábano) parece que se ha formado una especie de ‘ring’ de boxeo en las redes sociales entre dos corrientes claramente diferenciadas, que se retroalimentan y cuyos adeptos son defensores tan acérrimos de sus valores que llegarían a cualquier extremo para ganar la batalla. Estamos hablando del ejercicio en casa, obviamente, y de si existe alguna especie de límite o de barrera ‘semiprohibida’ que no debamos traspasar para no herir según qué sensibilidades.
Dos bandos absurdamente enfrentados
No dejamos de leer en los medios (nos incluimos, claro está) hazañas casi inhumanas de deportistas en sus casas. Maratonianos con un mono tan terrible que son capaces de recorrer la distancia de Filípides en un balcón de cinco metros de largo. Sesiones de rodillo interminables en las que se pueden llegar a recorrer distancias semejantes a una etapa del Tour de Francia. Incluso el triatleta Jan Frodeno ha completado un Ironman en su casa de Girona y en su pequeña piscina particular. Y ahí es donde aparece esa delgada línea de la que hablábamos entre los que profesan admiración y los que sacan a paseo esa ristra de reproches y de lecciones morales.
Dejemos vivir y hacer las locuras que nos plazcan
Pues bien, como comentaba al inicio del texto el corredor de montaña Aritz Egea ha publicado un mensaje tan contundente como ‘atizador’. ¿Por qué no dejamos que la gente haga lo que le dé la real gana? Si quieren correr durante cuatro horas seguidas desde el recibidor de su apartamento hasta el salón en un bucle infinito de 835 vueltas, ¿quién somos para opinar o para decir que es una animalada? Nadie.
Cada ser, cada ‘runner’, cada atleta, está llevando esto como buenamente puede, con sus batallas internas, sus dilemas morales, sus preocupaciones íntimas, sus altibajos, sus motivaciones a corto plazo. No sabemos cuándo va a terminar esta situación y no estamos acostumbrados a vivir con interrogantes e indefiniciones en nuestras rutinas.
¿Quién somos para recriminar a alguien que se quede en el sofá?
Incluso quedarse en el sofá. ¿Quién somos para sentar cátedras y casi exigir a la gente que se mueva, que no se ‘sedentarice’? Si a alguien le apetece no moverse del sillón durante dos días seguidos porque así lo considera y porque de esta forma está mejor consigo mismo, que lo haga. Es una obviedad casi insultante, pero es que cada ser es un mundo y dentro de ese mundo tiene órbitas, astros y mil historias que en estos días de excepcionalidad se vuelven más revoltosas que nunca. Que hagan lo que sientan y dejémonos de juicios…
Que si las barbaridades que se estan haciendo en cinta y rodillo. Correr en pasillo y escaleras es malo, tanto burpee es malo, tanto pastel es malo. La gente antes no hacia nada… ¿ y por que no dejamos a la gente hacer lo que quiera? 🤔
— Aritz (@egea_aritz) April 11, 2020