El Visma acorrala a Pogacar en la víspera de la contrarreloj del Tour

 La escuadra de Jonas Vingegaard trató de cortar al jersey amarillo a 80 kilómetros de meta cuando el viento sopló de costado. Lo dejaron sin ayudantes durante 14 kilómetros cuando volvió la calma en una sexta etapa que Dylan Groenewegen ganó al esprint

Clasificaciones Tour Francia 2024: etapa 6 y general tras la victoria de Groenewegen

Groenewegen se impuso al sprint

Groenewegen se impuso al sprint / EFE

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

Qué duro es sentirse acorralado, en el Tour y en la vida misma. Son instantes, minutos o kilómetros que duran una eternidad, donde es mejor no entrar en pánico, conservar la calma, mirar el jersey amarillo que se lleva puesto y serenarse, aunque se escuchen por la radio las palabras desesperadas del director, que trata de llamar la atención, remediar lo irremediable y preguntar a los gregarios qué hace tan solo Tadej Pogacar rodeado de más enemigos que el general Custer al frente del séptimo de caballería.

La sexta etapa pudo convertirse en una encerrona para Pogacar. Sucedió en el día más llano de este Tour. Tan claro era que todo acabaría en un esprint, en este caso con triunfo del neerlandés Dylan Groenewegen, que nadie intentó una escapada, aunque fuese para conseguir unos minutos de gloria en la tele camino de Dijon, tierra de mostaza y caracoles.

Había una alerta. Todos avisados, algo puede ocurrir y hay que rodar con las orejas tiesas. ¡El viento! Lo sabían del primero al último, los que se juegan la general y los que ya empiezan a hacer cálculos para llegar a Niza. El viento soplará de lado cuando queden 80 kilómetros. Y fue allí, cuando se movían las banderas de los aficionados y la vegetación que veían los ciclistas, donde el Visma resucitó de entre los corredores. Que no estaban tan muertos como dieron la impresión en el Galibier. Hay que aprovechar cada dicha que te da el Tour porque nunca sabes lo que puede suceder al día siguiente. Todos delante; el primero, Christophe Laporte, que antes era un animal de los esprints y ahora se ha convertido en el principal protector de Jonas Vingegaard cuando la carretera es llana. Y, por fin, Wout van Aert, al frente de la compañía. 

El pelotón se ponía a 67 por hora, cabezas agachadas. La señal de cortar a los despistados, a los que iban rezagados. Todo el Visma delante, a ver qué pasa, mirando por el rabillo del ojo que Vingegaard, avisado por supuesto de la estrategia de sus compañeros, estuviese siempre en el sitio que tenía que estar. 

De repente, Pogacar se vio más solo que la una, como si fuese un pulpo en el garaje del Tour. Tiraba todo el Visma, los rivales del Soudal (Remco Evenepoel), del Ineos (Carlos Rodríguez) o del Red Bull, como ahora hay que llamar al conjunto Bora (Primoz Roglic), tenían corredores al lado del líder. De golpe, el UAE hacia aguas, el mismo bloque que había entusiasmado en el Galibier, el que había demostrado que era un conjunto incuestionable, duro como el roble y con tal superioridad hasta el punto de que se pensase que, si fallaba Pogacar, algo difícil de asumir en estos momentos, tenían recambio, principalmente con Juan Ayuso y Joâo Almeida.

Fueron 14 kilómetros de persecución entre el primer pelotón del que tiraba el Visma, principalmente Laporte, y el grupo perseguidor donde iba todo el UEA salvo el jersey amarillo. Porque no tener compañeros al lado, a no ser que vayas fugado en solitario o con algún rival de la general, es un riesgo demasiado grave, sobre todo cuando quedan kilómetros para meta y puede ocurrir cualquier contratiempo, desde una avería mecánica, una caída o de nuevo que los contrincantes desentierren el hacha de guerra si vuelve a soplar el viento con fuerza. Lo solucionó Pogacar, pero fue un susto, como una pesadilla nocturna que te despierta y te agita en la cama, antes de la contrarreloj de este viernes por tierras de la Borgoña.

Porque ahora a Pogacar, a Evenepoel, a Vingegaard, a Rodríguez, a Roglic, a Ayuso, aunque juegue el papel de ciclista de reparto en el UAE, les aguarda la primera contrarreloj, un día en el que muchas veces se toman más diferencias que en una etapa brusca de montaña. Serán 25 kilómetros porque en 2024 nunca se alcanzan esas distancias que enloquecían a Miguel Induráin y lo convertían en un mito del crono cuando se exhibía en Luxemburgo o Bergerac. 

Con 25 kilómetros, a 14 etapas de acabar la carrera, todo un mundo, no se debería romper la general como hubiese sucedido con los 50 o 60 kilómetros del siglo pasado. Pero es un kilometraje que sirve para que Pogacar vuelva a sacar la motosierra, o para que Evenepoel demuestre por qué es el campeón del mundo, o Roglic el olímpico, aunque últimamente no le están saliendo las ‘cronos’ de antes. 

Será un día para recuperar las emociones fuertes tras dos días de esprint, dos etapas en las que todos sabían que acabaría en un llegada masiva salvo que el viento se volviera rebelde.