El Tourmalet

Un Tour atormentado entre virus y rotondas

El Tourmalet, por Sergi López Egea.

El Tourmalet, por Sergi López Egea. / REDACCIÓN

Sergi López-Egea

Entre virus y rotondas anda liado el Tour. El virus campa entre el pelotón y provoca retiradas como la de Pello Bilbao, que afrontaba la carrera como un arma cargada de futuro. O como Ion Izagirre que nunca consigue salir en los papeles con la misma intensidad de cuando gana etapas, como la del año pasado, o cuando conquistó la Joux Plane para dar una de las últimas victorias al Movistar en tierras francesas antes de que abandonase el barco de Telefónica.

El Tour trata de acondicionar hasta donde puede las carreteras por las que pasará la prueba muchas veces llena de obstáculos hasta lo inimaginable; rotonda por aquí, badenes por ahí, isletas que aparecen en el momento más inesperado. Se vio en la entrada de la carrera a Francia cuando hicieron pasar a los corredores entre carriles asfaltados en medio de rotondas que podían convertirse en demonios para el pelotón.

Un detalle para Barcelona 2026

Ese es un detalle que deberá tener en cuenta la organización barcelonesa de la prueba en dos años. El Tour, por seguridad, obliga a realizar cambios en las carreteras, una garantía que no siempre se acierta pero que, por lo menos, sirve para poner buena voluntad. Está claro que todo arreglo se debe pagar y por partida doble, porque primero pasan los corredores y luego se debe dejar igual que estaba antes de que circulase la carrera. Y son condicionantes que al final aumentan el presupuesto de la inversión tal como le sucedió al País Vasco el año pasado.

Aquí, en Francia, las carreteras se dividen en nacionales y departamentales, al margen de las autovías y las autopistas. Por autovía, cuando no hay más remedio, pasa fugazmente el pelotón si no hay otra opción y siempre minimizando kilómetros. Las autopistas no se tocan, a excepción de los traslados y tampoco se cortan al tráfico por mucha emoción que provoque el Tour y mueva gente por todos lados.

Modificaciones con límite

Las modificaciones, por eso, tienen un límite y no se pueden eliminar isletas como la que provocó el jueves la caída en la que se vio envuelto Primoz Roglic para despedirse del intento de ganar el Tour.

Siempre ha habido caídas, sobre todo en las etapas iniciales cuando reina el nerviosismo, aunque en este Tour los abandonos parecen estar más condicionados por un virus que azota al pelotón que por los accidentes de carrera.

Los muy puestos en este deporte recordarán (o si no se les refresca la memoria) que en 2022 hubo una masacre de ciclistas afectados por un virus, que no era covid, y que obligó a retiradas masivas en carreras como la París-Niza o la Volta. Nadie supo el origen y se justificó la causa al hecho de que cuando todo un grupo de personas pedalea casi tocándose, respirando el mismo aire con toses, estornudos y mocos cualquier contagio se acelera.

Delgados, sólo piel y huesos

Aquellas infecciones desaparecieron cuando el virus se fue a otra parte y ahora, en el Tour, ha vuelto a atosigar al pelotón. Las pruebas de antígenos que se realizan descartan el covid, así que todos atienden a que se trata de otro virus, aunque no esté identificado. Los ciclistas son deportistas, pero su cuerpo es más endeble que el de practicantes de otras disciplinas. Están tremendamente delgados, sólo piel y hueso, y apenas protección cuando hay una caída y también cuando respiran los virus que campan por las carreteras.

La práctica dice que cuando uno enferma en el Tour difícilmente mejora. Apenas se conocen gestas de corredores que se han descolgado el primer día. Con el cansancio todo empeora y nadie se alivia. Por eso, mejor apartar a los virus y también evitar en lo posible que los obstáculos creados a buen criterio en Francia para evitar velocidades de circuito entre algunos conductores tumben a los corredores y dejen casi fuera de combate a estrellas como Roglic.

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