El Tourmalet

Los niños también lloran en el Tour

Los niños lloran en el Tour porque no ven nada, pasan calor, un calor terrible, por encima de los 30 grados, con gigantes a su lado que no les dejan ver el paso fugaz de los corredores, que no pueden detenerse

'El Tourmalet', con Sergi López Egea.

'El Tourmalet', con Sergi López Egea.

Sergi López-Egea

La niña de Libourne no tendría más de seis años y lloraba desconsoladamente a pocos metros del podio de salida. Su madre trataba de refrescarla, le tiraba agua en la cabeza con una botella de plástico, que todavía existen. Pero no había nada que hacer.

La protesta de la chiquilla tenía cierta lógica y es que, a veces, los padres son terribles. Engañan al chavalín o chavalilla y le dices que mañana (da igual el día porque todos son iguales o parecidos) el Tour sale de tu ciudad, que verás ciclistas, que te darán botellines, gorritas, ahora que ya nadie las lleva, que te lo pasarás estupendo, como si fueras a la cabalgata del 5 de enero. Y luego, a la hora de la verdad, nada de nada.

No ven nada

Los niños lloran en el Tour porque no ven nada, pasan calor, un calor terrible, por encima de los 30 grados, con gigantes a su lado que no les dejan ver el paso fugaz de los corredores, que no pueden detenerse, aunque seguro que les gustaría, para saludar a esos niños a quienes los mayores, convertidos en molinos, no les permiten ver nada de nada. Pasan calor, huelen el sudor de los mayores y lloran desconsoladamente porque se han pasado la noche sin dormir, ilusionados, qué llega el Tour, y a la hora de la verdad no han visto nada, y de botellines y otros regalos, los que los padres les habían prometido, ni sombra, ni por asombro.

Los mayores intentan reflejar en los niños su cariño y su fe hacia el Tour, de lo contrario no se pasarían horas y horas en la carretera, o ante la valla, que se convierte en un muro frente el podio de salida, donde los ciclistas saludan cuando anuncian su nombre, luego se van, se refugian en el autocar, se conectan a internet y cuando faltan cinco minutos para dar la salida se van deprisa y corriendo al punto de encuentro para arrancar rápidos y veloces, incluso en el recorrido neutralizado de todas las etapas.

La grandeza del Tour

Es tan pero tan grande el Tour, en su apogeo, nada comparable en cualquier otra carrera por cariño que se le tenga, que concentra a miles de personas en cada etapa, millones al terminar los 21 días de competición, con todo el mundo luchando por la ‘pole position’ en salidas y llegadas, que la mayoría apenas ve un hueco para que luego le digan “¿no has visto a Alaphilippe? Pues era él”. Y el nombre vale igual para cualquiera de los participantes sean o no famosos.

La niña de Libourne lloraba porque para ella, con tanta y tanta gente, con tanto y tanto calor, la ilusión del Tour se había convertido en un martirio mientras en su mundo de Peter Pan se esfumaba la ilusión de llegar a casa repleta de caramelos, como los que arroja la cabalgata de enero, de gorras para dar y regalar, de chuches, de lo que fuera...al final se ha llevado un golpe de calor, aunque, seguro, que cuando crezca podrá explicar que siendo pequeña fue a una salida del Tour y disfrutó, porque, al final, sólo se acostumbra a recordar las cosas buenas, incluso en la ronda francesa, la bendita ronda francesa.

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