De Niza a ¿París?

Egan Bernal, brindando camino de los Campos Elíseos en 2019

Egan Bernal, brindando camino de los Campos Elíseos en 2019 / AFP

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

El Tour de Francia 2020 comienza hoy en Niza, en la capital de la Costa Azul. Y lo hace dos meses más tarde de su fecha programada inicialmente, en julio, en el mes ciclista por excelencia. Nunca en la vida la gran cita mundial del deporte del pedal había empezado tan tarde. Nadie podía imaginar el otoño pasado, cuando se presentó la prueba en París, que hasta el 20 de septiembre el gran triunfador de la carrera no se pasearía de amarillo por los Campos Elíseos. Y, de hecho, incluso ahora, hay temor, hay intranquilidad y preocupación por los rebrotes en Francia y, sobre todo, por saber si será posible terminar la carrera.

Las burbujas se rompen con un simple alfiler. Explotan y desaparecen en décimas de segundo. Una mínima irresponsabilidad en un pelotón formado por 176 corredores, pero con otras 500 personas en el entorno más íntimo (entre técnicos y auxiliares), puede causar un seísmo de dimensiones considerables; a pesar del distanciamiento y las medidas de seguridad que se están tomando. Todos saben que el maldito Covid 19 no anda con bromas a la hora de infectar.

Hasta ahora todas las carreras ciclistas que se han celebrado desde finales de julio han discurrido en absoluta normalidad. No ha habido ningún sobresalto, ni siquiera un PCR positivo. Pero han sido pruebas de un día, como la famosa Milán-San Remo, o de cinco, como el Critérium del Dauphiné, el gran examen para el Tour. Y es aquí donde radica la preocupación. ¿Qué pasará durante tres semanas? ¿Cómo estará la situación sanitaria no solo en Francia sino en Europa a mediados de septiembre?

LA EXPERIENCIA DEL DOPAJE 

El Tour, por desgracia, ha estado muchas veces conviviendo con el caos. Te acostabas un día feliz y tranquilo y a la mañana siguiente se originaba la revuelta; o en mitad de una cena cuando todo el mundo se relajaba tras el ajetreo del día. En Pau se vivieron episodios dramáticos con el dopaje, en jornadas de descanso cuando Alexander Vinokurov, hoy mánager del potente Astana, huía de su hotel después de dar positivo. O Michael Rasmussen se escapaba por la puerta de servicio de la cocina, sospechoso de dopaje, y con el jersey amarillo a cuestas.

Hoy nadie habla de dopaje, afortunadamente. Pero sí de otros positivos que preocupan más. Los equipos ya saben que a la segunda infección de un ciclista en menos de una semana (la normativa se ha ido suavizando) serán expulsados de carrera. Ellos conviven en su burbuja, solo sueltan la mascarilla para agarrar el manillar de la bici, pero el Tour no ha podido cerrar exclusivamente los hoteles para los equipos.

Y allí conviven clientes que suben y bajan por ascensor y que inevitablemente se cruzan con los ciclistas y el personal del equipo en zonas comunes como la recepción. «Crucemos los dedos, porque arrancar ya ha sido un éxito y una victoria para corredores, equipos y organización. Cada día que logremos superar será una victoria del ciclismo», repitió ayer Eusebio Unzué, mánager del conjunto Movistar, el único equipo español que corre la ronda francesa.

Por eso, llegar a París, gane quien gane, que hoy por hoy es lo que menos importa, ya será un éxito. Pero hay situaciones que asustan.

Sin ir más lejos, el jueves, Bernard González, prefecto de los Alpes Marítimos, el departamento al que pertenece la ciudad de Niza, declaró Zona Roja a toda su región, el 19º territorio francés fuertemente afectado por el Covid 19. Y por ello se apresuró a proclamar al Tour como evento deportivo a puerta cerrada. Solo unas 50 personas, invitados del Ayuntamiento de Niza, podrán ocupar dos pequeñas tribunas instaladas en el Paseo de los Ingleses, que servirán para ver por igual las salidas y las llegadas de las dos primeras etapas.