Leslie Romero: No digas que fue un sueño

No hay camino olímpico fácil pero el de esta mujer es especialmente complejo. Escaló cada presa para estar en París en una disciplina casi desconocida desde la soledad y la lucha diaria. Su objetivo va más allá de los JJ.OO: quiere aprender a disfrutar del camino. 

Leslie Romero, en acción

Leslie Romero, en acción / Javi Ferrándiz

Carme Barceló

Carme Barceló

“Tenía un sueño y fui a por él. Sólo mis padres y yo sabemos lo que ha costado estar en París”. No digas que lo fue porque te lo has currado a fuego, Leslie. Lento y del que quema. Pero ahí estarás, en esa villa olímpica que formó parte de él. “Sólo pensar que puedo cruzarme allí con Rafa Nadal, es que se me pone la piel de gallina”, reconoce esta deportista a la que conozco en el CAR de Sant Cugat en los días previos al viaje de su vida.

Ese día la había visitado un virus que la había impedido entrenar. Estaba enfadada. Con esa rabia que sólo entienden los que se dejan la piel en la élite. Con ese prurito profesional que la llevó donde está hoy, “luchando cada puesto, cada competición. Hasta el último minuto esperé mi clasificación. Tenía muy buenas sensaciones pero, cuando me lo confirmaron, se me pusieron los pelos de punta. Lo había hecho todo pero tenía que ganar. Lo conseguí y lo primero que pensé fue en París y en mi padre, que se ha dejado la vida apoyándome”, me explica Leslie Romero con emoción. 

Nos rodean los rocódromos, las presas y las colchonetas. Su entrenador nos observa desde la distancia. “Este proceso ha sido uno de los más duros de mi vida”, reconoce. Salió de su Venezuela natal en 2022. Agradece lo vivido y lo aprendido allí pero el empujón definitivo se lo dio su federación y el CSD. Se enfrentó a la soledad -“un reto gigante saber estar conmigo misma”- y agradece a todos los que han estado a su lado esta clasificación olímpica. “Desde la señora que limpia mi habitación hasta mi familia, todos han sido importantes”, agradece.

La renuncia forma parte de su día a día. “Me rompo las uñas a cada momento”, me dice y se las mira con complicidad. Es una forma de explicar una vida poco habitual en una mujer de 26 años cuyo único objetivo son los logros deportivos. Visualiza su prueba en París como el reto por el que se ha dejado la piel que crece debajo de esas uñas. “La escalada es mi pasión. No conozco otra cosa. Siempre la he disfrutado sin pensar en el resultado -explica- y sé que, tras los Juegos, seguiré. Pero será de otra manera porque quiero deleitarme del proceso. No importa lo que luchemos si lo disfrutamos. Sin frustrarnos. Sin castigarnos”. 

Representar a España la llena de orgullo. “Mi padre, la persona más importante en todo esto, es de Málaga. Mi familia vive en Alicante y sabe que mi sueño, siempre, era venir aquí. Destinaron todos los ahorros a que lo cumpliera. Quiero devolvérselos traducidos en éxitos. Se lo merecen”. Y tú, también.