Jéssica Vall: La última centésima

Jéssica Vall

Jéssica Vall / VALENTIN ENRICH

Carme Barceló

Carme Barceló

Son las cinco de la tarde y el Club Natació Sant Andreu está en plena ebullición. Niños que acaban su día de campus, padres que los esperan, socios que entran y salen y, serpenteando entre unos y otras, aparece ella. La abrazan, la saludan y la felicitan. “Me hiciste llorar”, escucho que le dice una señora desde lejos.

Lágrimas de rabia y tristeza fueron las que derramó Jéssica Vall al saber que, por dos centésimas, se quedaba fuera de los Juegos Olímpicos. Lágrimas de alegría y emoción fueron las que la acompañaron aquella tarde en la que le confirmaron que sí, que estaría en París. “Sumó otro ‘momentazo’ a mi vida -ríe la nadadora, sentada en la cafetería de su club- y entro en el ‘tsunami’ que supone la que será, seguro, mi última participación olímpica. ¿Qué visualizo? La medalla es imposible. Acceder a una final sería un sueño. Mejorar mi marca, un objetivo real. Visto lo visto, este año cualquier cosa puede pasar”.

Y pasó. “A las 19.20h recibí el mensaje: ‘¡Estás dentro!’. Tiré el móvil al suelo y me abracé a mis niñas, con las que viviré en París otro sueño. Quise creer. Aquellas dos centésimas que me dejaron fuera supusieron dos días de no parar de llorar. Creí y lo conseguí”.

Jéssica Vall es pura resiliencia. Fortaleza mental y entrega absoluta a la natación la avalan. Fue, es y será. Ambiciosa y poderosa, le gusta su deporte porque “un tiempo es un tiempo. Es objetivo, a diferencia de otros, como la sincronizada”. Llegará a París con algunos de los suyos cerca y otros, lejos. Es lo que tiene convivir entre el agua (o la pértiga, o el balón o el florete) y los despachos. “El camino no es fácil -reconoce la deportista- ni dentro ni fuera de la piscina. Hay muchas creencias limitantes, desde uno mismo a los de arriba, y los deportistas hemos de luchar contra eso”. Es el relato de un día a día complejo que tapan las medallas, las historias como la suya y los buenos momentos. Jess no se olvida de nadie a la hora de dar las gracias. A sus treinta y cinco años, con estudios universitarios y varias pasiones que la alimentan, estar en los JJ.OO es un regalo. “Pienso ‘colarme’ en la ceremonia de inauguración, aviso”, explica entre risas.

Y le pregunto por Pep, su carlino, al que bautizó así por su admiración a Guardiola y por nacer el año del ‘sextete’. “Está muy mayor, pobrecito, pero siempre a mi lado”. Como todos los que la seguiremos y apoyaremos hasta la última centésima de su carrera.