Economía circular
Segunda mano, doble utilidad
El sector de artículos usados se reinventa y apela al consumo sostenible
F.V.
La segunda mano ya no es lo que era. Antes se identificaba con objetos que habían agotado su vida útil. O, como dice Lara Cañuelo, de Cash Converters, «con cosas viejas y rotas». Con los zarrios de toda la vida en Aragón. Pero ahora, más allá de que su atractivo es ofrecer precios asequibles, los artículos usados se presentan como un ejemplo de economía circular y de consumo responsable y sostenible.
"Los clientes, que son sobre todo jóvenes, ven en la segunda mano una forma de alargar la vida de las cosas y de reducir el consumismo desmesurado, no solo algo que es más barato", asegura Ana, que regenta la tienda de ropa Grey Gardens, cerca de la iglesia de la Magdalena, en Zaragoza.
Ella vende prendas ya llevadas y reconoce que, a raíz de la crisis económica, sus cazadoras vaqueras atraen a un público más numeroso. Pero no cree que sea solo porque la compradora se ahorra 20 euros en la operación.
"La gente sale fuera de España, a otros países de Europa, y allí se da cuenta de que adquirir ropa que ha tenido otros dueños es una manera de mostrar que se tiene conciencia ecológica", afirma.
Cash Converters lleva ese concepto más allá del textil porque su radio de acción es amplio. Compra y vende de casi todo: ordenadores, pequeños electrodomésticos, instrumentos musicales, ropa motera y móviles de todos los modelos. Hasta diseña joyas tras fundir el oro de particulares que necesitan dinero y quieren monetizar una pulsera deteriorada o unos pendientes heredados.
"Nosotros hacemos hincapié en la calidad», subraya Lara. "Por eso", continúa, todos los productos a la venta en su establecimiento de la avenida de Valencia, en Zaragoza, "tienen dos años de garantía". Además, añade, "se verifica siempre que la procedencia de lo que compramos sea impecable desde el punto de vista legal".
Clientes cuidadosos
Una gran parte del trabajo que desarrollan estos especialistas en segunda mano consiste en "reacondicionar" la mercancía que adquieren a los clientes que les venden licuadoras, videojuegos, relojes o bicicletas de niño.
"Poseemos talleres que revisan cada aparato que compramos y lo ponen a punto, de forma que, cuando se exhibe de nuevo en la tienda, está en perfecto estado", recalca Estefanía, otra responsable de Cash Converters.
A veces, explica, los artículos llegan "flamantes" a sus almacenes, ya se trate de un carrito de bebé, de una cámara de fotos o de un iPhone 14 recién salido al mercado. "Lo cierto es que tenemos clientes que cuidan mucho lo que nos venden", dice, una actitud que rompe con la imagen de esos propietarios que solo se deshacen de cacharros inservibles.
Cash Converters nació en Australia en 1984 y 11 años más tarde llegó a España, donde el modelo ha cuajado y se ha ido implantando en numerosas ciudades. Es un caso parecido al de Re-Read, que también ha ido extendiéndose con éxito por la geografía nacional, si bien su origen sea más cercano, tanto en el tiempo (nació en 2012) como en el espacio, dado que la primera librería se abrió en Barcelona, en la calle Rosellón.
Cuestión de orden
Pero, así como la compañía australiana diversifica su producto, Re-Read se centra en la compraventa de libros usados. "Los compramos a 20 céntimos y los vendemos por 3, 5 o 10 euros, en función del número de ejemplares que se lleve el cliente, partiendo de que cuantos más libros adquiera más baratos le salen", señala Jesús Barbadillo, responsable de las dos librerías de esta cadena en Zaragoza, una en el Coso y otra el paseo de Fernando el Católico.
«La idea del negocio es replicar una librería de nuevo con libros de segunda mano, es decir, huyendo del desorden y el amontonamiento con que se identifican las librerías de viejo», explica.
El objetivo del orden que preside las hileras de estanterías es que sea fácil encontrar la obra concreta que se busca. Su clientela, mayoritariamente joven y universitaria, aunque no solo, agradece esa alineación que hace que uno enseguida descubra el autor o la temática que busca.
En busca del libro perdido
Los bestsellers es lo que más se vende, pero de vez en cuando entra algún lector que quiere un libro de Nikolái Gógol o de Javier Marías, e incluso un tomo suelto de En busca del tiempo perdido.
"A veces nos llegan obras a primera vista muy raras, de temas que no suscitan ningún interés, pero al cabo del tiempo siempre aparece alguien que buscaba precisamente eso y se las lleva", reconoce Barbadillo.
Pero la crisis también ha llegado al mundo de la cultura escrita. "Estos últimos tiempos las ventas han dado un bajón, pese a que nuestros precios son ya de por sí muy bajos", lamenta el responsable de las librerías Re-Read.
Una forma de alargar la utilidad de las cosas de que nos servimos es venderlas de segunda mano. Pero otra fórmula muy socorrida consiste en arreglarlas si se han estropeado. Sin embargo, pese a las apariencias, esta solución no está muy en auge últimamente. Más bien al contrario.
Los arreglos ya no son lo que eran
"Ya apenas arreglo zapatos rotos o desgastados" indica Juan Diego, que tiene su establecimiento, Zapafleta, en el número 1 de la avenida del Tenor Fleta. "Se ve que mucha gente compra zapatos chinos, muy baratos, y cuando se le rompen ya no los trae a reparar porque el arreglo es más caro que propio zapato", explica.
La colocación de tapas, plantillas y medias suelas cada vez es menos solicitada por su clientela, dice. A cambio le llevan muchas zapatillas que requieren reparaciones sencillas o sandalias a las que se les ha soltado una tira.
Por eso, continúa Juan, él y su socio se han especializado en botas de montaña y en los pies de gato de los escaladores. "Ha sido preciso centrarse en algo porque la reparación de calzado, por sí sola, no es suficiente", aclara.
Y al arreglo de prendas de vestir no le va mucho mejor. "Esto ha ido a menos", lamenta Eva, de Ewi, en el 16 de Tenor Fleta, que hace décadas que cose, zurce y adapta todo tipo de ropa, de caballero y de señora. Llegaron a tener un taller con muchas de empleadas, pero ahora se apañan con dos o tres.
"Antes la ropa era de más calidad y se arreglaba, pero ahora eso es cada vez menos habitual", señala. Ahora no es extraño que cambiar una cremallera cueste más dinero que el propio vestido, "por lo que compensa comprar otra prenda", apunta. O sea, el triunfo de la primera (y única) mano.
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