Opinión

Así son los Juegos Olímpicos, amén

Simone Biles, después de ganar su séptimo oro.

Simone Biles, después de ganar su séptimo oro. / Europa Press

Tienen un punto de magnetismo surrealista. Ni incluso a aquellos que el deporte nos encanta, no sé qué hace postrarnos frente al televisor a ver disciplinas deportivas que, seguramente, no miraríamos ni a punta pistola, si la competición no fueran unos Juegos Olímpicos.

Ese efecto de atracción pasa por igual en las gradas, viendo las caras y los comportamientos de los asistentes, creo que hay gente que nunca hubiera ido a un estadio a presenciar una actividad deportiva. Algo los hace globalmente distintos, por capilaridad, por transversalidad y por muchas otras razones. Los oros igualan a todos las disciplinas deportivas, vale lo mismo el fútbol o el baloncesto en París que el surf en Tahití. El oro de los cien lisos femeninos nos ha descubierto que hay un país llamado Santa Lucía que no sabríamos ubicar en un mapa.

Jornadas maratonianas frente al televisor saltando entre tres canales para ver opciones efímeras de medallero que desaparecen o sorpresas de tipos que nadie esperaba que se colgarían un metal al cuello. Escenarios extraordinarios que, de forma efímera, acogen a los atletas, lugares que estan más cerca de ser un templo museístico o una muesca notoria en la historia de la humanidad que un estadio deportivo son elegidos estratégicamente solo porque el pais anfitrión quiere mostrarse al mundo con sus mejores maravillas arquitectónicas.

Los Juegos son la historia de la humanidad y la explican a través de la mutación de las naciones que compiten y aquellas que no lo pueden hacer por razones de geopolítica. Reflejan también las contradicciones sociales y la evolución de la sociedad, más allá de las competiciones deportivas, permitiéndonos debatir sobre la razón científica o social que debe garantizar a un atleta que podría ser transgénero o tener una variación cromosómica, su participación en uno u otro género. Por no mencionar la facilidad con la que, a cambio de la posibilidad de ganar una competición, los estados nacionalizan a la velocidad del rayo a deportistas que ni han pisado tierra estatal. Todo por el botín, sea oro, plata o bronce. 

Una competición de la que nos olvidamos durante tres años, excepto esos atletas que dependen de las escasas subvenciones públicas y que subsisten milagrosamente entre ciclos olímpicos. La prensa, que cada vez sigue más a través del televisor las competiciones deportivas, sigue manteniendo la costumbre de contar con enviados especiales como antaño.

Algo tendrán los Juegos que nos importan tanto a todos que incluso las ‘celebrities’ y los ‘influencers’, esos egocéntricos personajes, dejan de ser el centro del universo para jugar el rol de secundarios televisivos ante los atletas. Después están los superhéroes de turno, aquellos que nos recuerdan que los juegos nacieron en la Grecia antigua, la de los dioses, llámense Simone Biles, Leon Marchant, LeBron James o cualquier otro que ustedes deseen. Así son los Juegos Olímpicos, amén.

TEMAS