Rafa Nadal, el más grande entre los grandes
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Nadal celebra un punto ante Ruud / AFP
No hay palabras para definir la enésima proeza de Rafa Nadal. Se agotan los adjetivos con los que calificar la trayectoria del mallorquín. Es, sin duda, el mejor tenista de la historia. Ayer conquistó su decimocuarto Roland Garros y ya suma 22 títulos de Grand Slam, dos más que Federar y Djokovic. Además, volvió a ganar en París, su paraíso particular, a pesar de su grave lesión en el pie y dos días después de haber cumplido 36 años. La carrera de Nadal es insuperable. Y no solo por sus éxitos (que ya le han convertido, hace mucho, en el deportista español más grande de todos los tiempos) sino por los valores que transmite. Perseverancia, sacrificio, disciplina, humildad, deportividad, ambición...
Nadal es ejemplar. Un espejo en el que todos, absolutamente todos, deberíamos mirarnos. Porque nadie como él aglutina todas esas virtudes indispensables para triunfar y para dejar huella. Como deportista. Y como ser humano. En ambas facetas es excepcional. Lo demuestra en cada partido. En cada torneo. Por eso sus rivales le admiran. Y el público le venera. Es lo más parecido que hay a un Dios en la tierra. Y no estoy exagerando. Su carrera es la evidencia de esa perfección casi divina.
Más allá de los tópicos, Nadal ejerce de símbolo con esa sencillez que le hace, todavía, más legendario. Cuando ganó su primer Roland Garros, en 2005, muy pocos podían imaginar que estábamos asistiendo al nacimiento de un tenista mítico. Diecisiete años después, su palmarés habla por sí solo. Habiendo superado todas las dificultades, se ha encaramado a lo más alto de un podio eterno. Sí eterno. Porque Nadal, de momento, no se retira.
“No sé qué pasará en el futuro, pero lo voy a seguir intentando”, anunció el mallorquín, desmintiendo así las especulaciones sobre su hipotética decisión de colgar la raqueta. Nada más lejos de la realidad. Nadal seguirá luchando por hacer todavía más grande su figura épica. Mientras el cuerpo aguante, Rafa seguirá compitiendo y ganando. Porque cuando sale a la pista es, siempre, para ganar. Sufriendo como tantas veces. O por la vía rápida, como ayer ante Casper Ruud. Menos de dos horas duró la final, en la que el eterno campeón de Roland Garros se impuso por 6-3, 6-3 y 6-0.
París volvió a rendirse a su magia y la tierra batida de la pista Philippe Chatrier vivió otra victoria para la historia. Ni siquiera la lesión crónica en su maltrecho pie izquierdo impidió una nueva exhibición del más grande entre los grandes. Tal vez esa sea la mejor manera de definir a Nadal. Porque no habrá, jamás, otro igual que él.
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