Pensar en Fermín es recordar a Pedro

Fermín, máxima intensidad

Fermín, máxima intensidad / SPORT

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Hay algo genuinamente emocionante en ver jugar a Fermín López. ¿Qué interruptor nos activa y por qué no nos pasa igual con otros jugadores? Es probable que nos guste comprobar que no siempre triunfan los mismos. Que la vida puede reservarnos la mejor parte del pastel incluso cuando no estábamos invitados a la fiesta.

La de Fermín es una gran historia porque tiene pequeñas dosis de épica y giros insospechados. Cuando un jugador del filial sale cedido al Linares, nadie espera que vuelva para ser la revelación del primer equipo. Pero su historia siempre ha sido la misma: una lucha contra los pronósticos y las etiquetas. De pequeño, 'Fermín el pequeñín', nunca fue señalado en rojo como un proyecto de primer equipo. Su cuerpo -los otros niños eran más fuertes, más altos, más todo- conspiraba contra sus expectativas.

Lo pasó mal. No era titular, era demasiado pequeño y Jordi Roura, el entonces director del fútbol formativo, tuvo que apretar a los técnicos de la casa para que tuviera oportunidades. Que Fermín se acostumbrara a las dificultades desde niño le hace tener ventaja ahora con otros canteranos que siempre han tenido el viento de cara.

Fermín transmite cosas parecidas al Pedro primerizo. A aquel Pedro-Pedrito-Pedro de los inicios que se aferraba a la oportunidad de su vida. Son futbolistas diferentes, pero comparten su mirada del juego y la misma determinación. Dominan las dos piernas, tiene un golpeo venenoso y resultan creíbles incluso cuando se besan el escudo. Hay una especie de autenticidad en sus gestos, no juegan para hacerse virales.

A Fermín le acompaña la gente, incluso la que no es del Barça, porque le reconocen un éxito legítimo y lo ven como un ejemplo de vida: a veces uno tiene que seguir su camino, sobre todo, cuando el mundo te pierde la fe.