Tuercebotas

Neymar, el poeta maldito

Tras su nueva y grave lesión, al astro brasileño se le escapa su carrera sin alcanzar la cima de su enorme talento 

Neymar, lesionado frente a Uruguay

Neymar, lesionado frente a Uruguay / EFE

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

En los instantes finales del primer tiempo del Uruguay-Brasil del pasado martes, Neymar sufrió una torsión de la rodilla en una jugada sin mayor trascendencia. El jugador brasileño se lamentó, lloró, y abandonó el campo en camilla, y no fueron pocos los que pensaron en la clásica lesión de Neymar que le permite viajar a Brasil para asistir al carnaval o a la fiesta de cumpleaños de su hermana. Pero no: Neymar se rompió el cruzado anterior y el menisco de la pierna izquierda y estará sin jugar varios meses, puede que entre 7 y 10, según los peores augurios. Recién fichado por el Al Hilal de Arabia Saudí, tras recuperarse de otra larga lesión a Neymar su carrera se le escapa entre los dedos. Le acecha ahora el más infranqueable de los centrales, el paso del tiempo. 

En 1884, el poeta francés Paul Verlaine publicó Los poetas malditos, cuyo título se inspiraba en un poema de Baudelaire, y que dejó para la posteridad el término del artista maldito cuyo arte sufre la incomprensión de la sociedad. El aislamiento al que su propio talento los condena les lleva a la autodestrucción, entre alcohol, droga y mala vida. Con el tiempo, el malditismo se convirtió en un fenómeno cultural por sí mismo. Hay malditos en música, cine, literatura y arte, talento que se perdió o se dilapidó y que no alcanzó el reconocimiento que se merece o que no llegó a las cimas a las que estaba llamado.  

El futbolista maldito

Pese a su condición de multimillonario, rodeado siempre de su corte, y con la vida asegurada para varias generaciones, en términos estrictamente futbolísticos Neymar es un poeta maldito. Entre malas decisiones e infortunios, la carrera de Neymar se agota sin que haya explotado el potencial que prometía aquel chaval del Santos con una cresta inenarrable que logró lo que ningún otro ha alcanzado: hubo partidos, hubo fogonazos, en que le habló a Leo Messi en su mismo idioma y de tú a tú. Sucedió sobre todo en un partido (la remontada al Paris Saint Germain en la Champions en el 2017) y a ratos en aquellos años dorados en los que Neymar fue feliz y jugó su mejor fútbol, la época de uno de los tridentes más demoledores de la historia el fútbol: Messi, Suárez y Neymar. 

Hoy Neymar es un meme que apunta a exfutbolista, a no ser que un reto tipo Mundial 2026 (al que llegaría con 34 años) o la Copa América del año que viene (de peso mucho menor) le ayude a encontrar lo que perdió en el camino que va de Barcelona a París. Ese traspaso marca el punto de inflexión de su carrera, su error más grave. Renunciar a ser el 11 del Barça para convertirse en el 10 del PSG no solo lo llevó a una Liga menor, a un club perdedor y a competir con Mbappé, la nueva estrella emergente, sino que le privó del entorno en el que poder expresar mejor su enorme talento. 

Inspiración y musas

Neymar es un poeta. Como tal, necesita inspiración, musas y retos para que sus versos no se conviertan en exquisitos ejercicios formales, hermosos pero intrascendentes. En el Barça tenía un espejo de trabajo y voracidad (Suárez) y de talento inalcanzable (Messi). En el PSG, idolatrado, mimado, consentido, exigido de vez en cuando solo en los cruces europeos, Neymar se perdió en el laberinto de su genialidad. De vez en cuando se acordaba de quién era (la fase final de la Champions de la pandemia, alguna eliminatoria europea, destellos con su selección), pero ¿para qué ser excelso si con ser muy bueno bastaba? Neymar, que podría haber reinado con Messi, se conformó con ser rey de su casa, en batín y con pantuflas. 

Es cierto que ha tenido mala suerte con las lesiones, en especial con su selección. Pero el Neymar del Barça, jugón, virguero, brillante, impredecible, que usaba su infinito arsenal de recursos técnicos siempre con un objetivo letal para el adversario, se convirtió en el media punta posturista, trotón, narcisista, complaciente del PSG. Es cierto que sus números no fueron del todo malos, pero ¿desde cuándo a un poeta se le mide por la cantidad de versos que escribe? 

Neymar, el del Santos, demostró amar el fútbol cuando el baño de la final del Intercontinental del 2011 contra el Barça le llevó a querer jugar en ese equipo y de esa forma. Ese día no lloró, sino que se fijó un propósito. ¿Cuál fue el de su mudanza a París? ¿Y el de su fichaje por el Al Hilal? 

Tras verlo llorar de dolor una vez más, cabe preguntarse si nos quedará algún verso más de Neymar por disfrutar.