El Mundial de Clubs

Primero fue la Copa Intercontinental, luego la Copa Toyota, ahora el Mundial de Clubs. Bajo distintos nombres y los más variados formatos el fútbol ha intentado buscar a su campeón del mundo de clubs, pero no le ha sido fácil encontrar la fórmula y el título ha pasado por momentos de decadencia e incluso de peligro de desaparición. No en vano, varios han sido los campeones de Europa que renunciaron a disputarlo y se tuvo que recurrir a los subcampeones para, deprisa y corriendo, organizar el partido. Algo así como un sálvese quien pueda que no contribuyó, precisamente, al prestigio y buena imagen de la Copa.

Después de tantos avatares hemos llegado a esta fórmula que pretende ir más allá de un partido único o a ida y vuelta entre los campeones de Europa y de la Libertadores de América, para darle verdadera dimensión de torneo entre los campeones de los distintos continentes. Así, el campeón puede considerarse el mejor del mundo, aunque haya participantes de escaso potencial y prestigio, entre otras cosas, porque los mejores futbolistas africanos, asiáticos o centroamericanos no están precisamente en sus clubs, sino en los grandes de Europa. Pero esto no deja de ser la realidad del fútbol de hoy en día. Campeones contra campeones, los que sean. Y el que gane, campeón del mundo.

Desde este punto de vista, nada que objetar. El problema es el calendario y la sede. No tiene ningún sentido que los campeones de Europa y América, al fin y al cabo los atractivos del torneo, tengan que pasarse diez días en Japón y, en el caso del club europeo, comprometer su trayectoria en la Liga. Y es absurdo que las aficiones, en este caso una es la del Barça, no puedan vibrar 'in situ' con sus equipos y se vean obligados a verlos, si pueden, por televisión y en horario intempestivo. Lo ideal sería volver a la Intercontinental, a doble partido, y con el apoyo económico de televisiones y sponsors importantes.

¿O es que sólo Japón es capaz de encontrar pasta para este evento? Bien montado, esto tendría que ser un espectáculo rentable y un título indiscutible. ¿A qué esperamos?