Mundial 2034: Jesse Owens en Arabia Saudí

¿Habrá algún futbolista de renombre que dé el paso y ponga su nombre, su reputación y su influencia para denunciar los abusos de los derechos humanos del país árabe?

Jesse Owens durante los Juegos Olímpicos de 1936

Jesse Owens durante los Juegos Olímpicos de 1936

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

Salma al Shehab tiene 35 años, dos hijos, y cumple una condena en prisión de 34 años por tuitear y retuitear artículos y comentarios en la red X a favor de los derechos de las mujeres en Arabia Saudí. En sus tuits defendía que las mujeres deben ser autorizadas a conducir y que se levante la tutela masculina sobre sus vidas. En su condena, el juez la castigó por “alterar el orden púbico, desestabilizar la seguridad y socavar la estabilidad del Estado”. Human Rights Watch, en su más reciente informe sobre el país árabe, escribe: “El terrible historial de derechos humanos de Arabia Saudita se ha deteriorado bajo el gobierno del príncipe heredero Mohammed Bin Salman, incluidas ejecuciones masivas, represión continua de los derechos de las mujeres bajo su sistema de tutela masculina y el asesinato de cientos de migrantes en la frontera entre Arabia Saudita y Yemen. Continúa la tortura y el encarcelamiento de voces críticas y pacíficas contra el gobierno (…). Las relaciones sexuales fuera del matrimonio, incluidas las relaciones entre personas del mismo sexo, son un delito que se castiga con la muerte. Las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT) en Arabia Saudita practican una autocensura extrema para sobrevivir en su vida diaria”. A este país es a quien la FIFA le ha concedido la organización del Mundial de fútbol del 2034.

La decisión indigna, pero no sorprende. La historia de países autoritarios y con nulo respeto a los derechos humanos que han organizado grandes acontecimientos deportivos es larga. Sólo en el Mundial de fútbol, Italia-34 se jugó bajo el régimen fascista de Mussolini, Argentina-78, de la junta militar argentina y Rusia-2018, de Vladímir Putin. La historia de los JJOO también está manchada por decisiones similares. La más famosa es la de los Juegos de Berlín en 1936, pero Moscú-80 o más recientemente Pekín-2008 no se celebraron en países respetuosos con los derechos humanos y las libertades democráticas.

Pero lo cierto es que el fútbol, con Qatar-22 aún en el retrovisor, tiene un historial reciente de respeto a los derechos humanos que abochorna. Bajo la premisa, innegable, de que el fútbol es un fenómeno de masas global, este deporte se ha convertido en una burbuja multimillonaria ajena a las realidades políticas y sociales. Dirigentes, federaciones, clubs (con algunas honrosas excepciones) y jugadores se enriquecen sin prestar atención a la enorme influencia social que su (mal) ejemplo tiene justo por el carácter global del fútbol. Entre todos lo han convertido en un deporte odioso, obsceno en la opulencia, inmisericorde e impresentable en sus posturas sociales. Por este motivo, el ejemplo del fútbol femenino, motor de cambio, es tan lacerante respecto al masculino.

Suele argumentarse que son los dirigentes, prebostes ajenos al deporte, los que malean el fútbol. Pero en el caso de Arabia Saudí han sido los jugadores los que han jugado el papel de avanzadilla. Decenas de ellos ha fichado por desconocidos equipos saudíes, financiados por el fondo de inversión soberano, sin que les importe demasiado quién Salma al Shehab, en caso de que la conozcan. Son ellos las caras visibles de la doble estrategia de Arabia Saudí con el fútbol: por un lado ‘sportwashing’ de primer orden, por el otro la búsqueda de nuevos sectores en los que diversificar su riqueza ahora que el mundo se encamina a la reducción y, a ser posible, la eliminación de la dependencia de los combustibles fósiles. Donde no llegará el petróleo aspiran a que llegue el deporte, sea el fútbol, el golf o cualquier otro. Y se abre camino con una lluvia de billetes.

Los JJOO de berlín en 1936 son el gran símbolo de la utilización del deporte con fines propagandísticos por parte de un régimen atroz. Pasó entonces a la historia Jesse Owens con sus cuatro medallas de oro en el templo del racismo ario. Owens no fue una activista por los derechos civiles, como sí lo fueron Tommie Smith y John Carlos en México 1968 con su saludo black power, pero pasó a la historia como el ateta que derrotó al nazismo. Pregunta inocente: ¿Habrá algún futbolista de renombre que dé el paso y ponga su nombre, su reputación y su influencia para denunciar los abusos de los derechos humanos de Arabia Saudí y el entreguismo del mundo del fútbol?