Lewandowski: a veces se enciende, a veces se apaga

 El polaco se perdió en Qatar, pero un grande como él merece respeto y paciencia más allá de esta versión que parece decadente

Lewandowski, arrodillado en el área del Rayo Vallecano

Lewandowski, arrodillado en el área del Rayo Vallecano / Valentí Enrich

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

Hay veces en que la nostalgia te ataca a traición. Mi semana particular ‘remember when’ empezó con la tristeza por la muerte de Terry Venables y ha acabado, en una nota mucho más positiva, con el regreso de El Último Fila con un disco en el que versiona 24 de sus grandes canciones. ‘Insurrección’, ‘No me acostumbro’, ‘Aviones plateados’ y ‘A veces se enciende’ (una de mis favoritas) suenan con arreglos nuevos que no esconden el paso del tiempo, sino que lo dignifica.

El Barça de Venables ganó la Liga la temporada 1984/85, mi primera gran alegría como culé. El Último de la Fila publicó ese año, 1985, su primer disco, ‘Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana’, que incluía las primeras versiones de canciones como ‘El loco de la calle’, ‘Querida Milagros’ y ‘Son cuatro días’. Los dos forman parte de mi biografía sentimental.

Para mí, aquel Barça de Venables era imaginario. Sin apenas partidos por televisión ni posibilidad de ir al Camp Nou, lo imaginaba por las retransmisiones radiofónicas y gracias a las crónicas y las fotografías que publicaba el ‘Sport’. Recuerdo a Urruti, Sanchez, Migueli, Alexanco, Julio Alberto, Víctor, Schuster, Calderé, Carrasco, Marcos, Archibald, Rojo, Esteban, Pichi Alonso... Fue, decía, mi primera gran alegría culé, previa del primer trauma, la final de Sevilla. Los pupilos de Venables fueron también mis primeros grandes ídolos futbolísticos (con perdón de Maradona). Schuster, por encima de todos, pero también Carrasco, Marcos y Rojo, antes de que las lesiones lo malograran.

Con los años el Barça me dio muchas alegrías, de Wembley a Berlín, de Cruyff a Messi. Hoy, casi me divierte más ver al Barça a través de los ojos de mi hijo adolescente que con los míos. Él, muy culé, anda como tantos otros desencantado con Lewandowski, a quien ve lento, fallón, muy lejos no ya del ‘killer’ del Bayern sino de la versión de la primera vuelta de la temporada pasada. Lewandowski se fue a Qatar y parece que no regresó.

Reinvertarse

Yo, en cambio, disfruto del polaco como cuando escucho la nueva versión de ‘A veces se enciende’ de El Último de la Fila, sorbo a sorbo, cabezazo a cabezazo, “el tiro con fuego negro de cuervo de tu mirada ha sido el relámpago que anuncia el trueno en la tempestad”. Soy consciente de que no está bien, de que demasiado a menudo deambula por el césped frustrado consigo mismo, de que el equipo lo echa de menos y de que por él se abonó un traspaso muy caro y de que se le paga una ficha muy alta. Muchos lo esperan desde entonces, deseosos de decir que vino al Barça a jubilarse y que su fichaje no fue una jugada maestra al Bayern sino un gol que nos metieron los bávaros, otro más, el 2-9.

Puede ser, las cifras y los datos son los que son, pero qué le vamos a hacer, ver jugar en el Barça a uno de los mejores delanteros centros de los últimos años me emociona, aunque no esté en su mejor momento, su ‘prime’, como se dice ahora. Hay aficionados que adoran a su equipo y son incapaces de disfrutar del fútbol por sí mismo, como deporte. A mí, me gusta el fútbol. Y por este motivo Lewandowski me merece todo el respeto, y me niego a sumarme al coro generalizado de críticas. Con los años, aprendes que el mundo se divide entre quienes creen que el fútbol es sólo ganar y los que pensamos que es... otra cosa.

El paso del tiempo es ingrato con los futbolistas, a pesar de que cada vez lo disimulan mejor. Pueden dar versiones extraordinarias, otoñales, de su talento, como el último Mundial de Zidane, el actual Messi, el Iniesta de la última Champions, el Baresi del Milan de Sacchi o el Modric de la decimocuarta. Pero llega un tiempo en que la alta competición les da la espalda, lo que antes entraba sale fuera, los desmarques llegan un segundo más tarde, los defensas saltan un palmo más. Pueden adaptar su repertorio, reinventarse pero, a diferencia de los músicos, no pueden cambiar los arreglos y sonar mejor que el original. Aun así, los grandes siempre serán grandes. Y Lewandowski lo es, por mucho que esta versión de hoy a veces se enciende y, a veces, se apaga.