Laporta vive en el alambre

El presidente del FC Barcelona se ha instalado en la improvisación y en el peligroso equilibrio

Este verano ha necesitado presentar un nuevo aval personal para inscribir a los fichajes

Joan Laporta, en un tranvia por las calles de Dallas

Joan Laporta, en un tranvia por las calles de Dallas / Valentí Enrich

Lluís Mascaró

Lluís Mascaró

Laporta se ha acostumbrado a vivir en el alambre. Parece que le gusta la sensación de vértigo que provoca y el estrés que genera. En su segunda etapa como presidente del Barça se ha instalado, definitivamente, en el arte de la improvisación. Dirige el club con su particular personalidad arrolladora. Manda y los demás obedecen. Y en los momentos de crisis (que, desgraciadamente, son constantes) impone su carácter. Vende optimismo aunque se sabe al borde del precipicio. Tomando decisiones polémicas e, incluso, contradictorias. Pero siempre , hasta ahora, ha salido airoso. También en un terreno tan pantanoso como el mercado de fichajes, donde ha pasado de apoyarse en el tándem profesional formado por Mateu Alemany y Jordi Cruyff a gestionar las operaciones junto a su amigo Deco.

Este verano de vacas flacas ha conseguido reforzar el equipo gastando solo 3,4 millones de euros, una de las cifras más bajas de la Primera División. Gündogan e Iñigo Martínez han llegado libres. Joao Félix y Cancelo (ambos a última hora), cedidos. Y el único coste ha sido la incorporación de Oriol Romeu, fichado del Girona. Solo el Athletic ha invertido menos que el campeón de Liga. Además, ha logrado inscribir a todos estos futbolistas (y también a los renovados Iñaki Peña y Gavi) gracias a un aval conjunto con varios de sus directivos, como ya hizo la pasada temporada. 

DEMASIADOS EQUILIBRIOS

Entre tanto equilibrio, Laporta se ha hecho inmune a las críticas del entorno, a la espera de una asamblea de socios (presumiblemente en octubre) que se presenta apasionante porque en la misma deberá dar explicaciones por todas las maniobras financieras que está llevando a cabo en los últimos meses. Casi a la mitad de su mandato (termina en junio de 2026), mantiene su popularidad entre los socios y estoy convencido de que si volviera a presentarse (que no es el caso), volvería a arrasar en las elecciones. Tal vez por incomparecencia de adversarios. Solo Víctor Font, que en 2021 tenía el mejor proyecto pero carecía del carisma de Laporta, puede postularse como contrincante de nivel. No hay nadie más que le haga sombra. Y eso, para la salud democrática del barcelonismo, también es malo.

De todas formas, el problema de vivir en el alambre es que algún día puede quebrarse. La suerte (o el acierto) no siempre acompañarán a Laporta. Y los resultados, que también ayudan, y mucho, a mantener el precario equilibrio son caprichosos. Ganar la Liga será más caro y la Champions, a pesar del benévolo sorteo de la fase de grupos, es una pesadilla desde hace demasiados años.