Hoy se la juegan el Barça, el Madrid, el fútbol y el deporte

Imagen del clásico disputado la pasada campaña en el Camp Nou

Imagen del clásico disputado la pasada campaña en el Camp Nou / AFP

Ernest Folch

Ernest Folch

El partido más visto del planeta se jugará por fin, cincuenta y tres días después de la fecha que le tocaba, envuelto en un ruido mediático extradeportivo sin precedentes. El partido que todo lo eclipsa ha sido curiosamente eclipsado, al menos hasta hoy, por una parafernalia de reivindicaciones y alarmismos, retroalimentados mutuamente, que han conseguido, por una vez, dejarlo en un segundo plano.

El gran reto es que este gran acontecimiento que fascina al mundo vuelva también a fascinarnos a nosotros, y que a partir de las ocho de la tarde y durante noventa minutos toda la atención se centre otra vez en un balón que puede decidir buena parte del destino deportivo de los dos grandes colosos del fútbol mundial.

El clásico es tan grande que se ha convertido en una atracción para cualquier reivindicación, debate o idea, un fabuloso amplificador que llega a más de 800 millones de personas. El Barça-Madrid ha llegado a ser lo que es también por su significado político a lo largo de muchas décadas, y nadie podrá aislarlo nunca de la realidad social que lo envuelve y que lo ha hecho crecer, pero se ha jugado siempre, bajo las circunstancias más adversas, repartiendo suerte diversa, pero siempre fiel a la cita.

Aplazarlo una vez ha sido un accidente, seguramente innecesario y evitable, que lo puso en el foco cuando todavía no lo estaba. Pero un segundo aplazamiento pondría este partido en peligro y crearía una inquietante incertidumbre acerca de su futuro.

Sin duda, se la juega el Barça de Messi, porque puede dar un golpe a LaLiga y se la juega el Madrid de Zidane, que no puede permitirse volver a resbalar en el primer clásico de la Liga. Pero se la juega también el clásico en sí mismo, todo el fútbol y el deporte en general.

A pesar de lo que algunos han querido transmitir, la afición del Barça es ejemplar y en Barcelona no se vive ninguna guerra. Hoy la afición culé puede celebrar los goles por partida doble: marcará a su eterno rival y marcará a todos los que han vendido el apocalipsis.