El drama de ser portero en La Masia

Iñaki Peña y Arnau Tenas, porteros del Barça

Iñaki Peña y Arnau Tenas, porteros del Barça

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

Hay que ser muy raro o estar un poco loco para ser portero, seguramente el oficio de los que ofrece el fútbol más desagradecido del mundo. Los niños juegan para marcar goles, no para evitarlos, por lo que ser portero va en contra de la esencia última de este deporte. Quienes defienden en última instancia la portería viven al límite porque cada una de sus acciones es a vida o muerte: acierto o error. Y los errores restan mucho más de lo que suman los aciertos. Ser portero es un trabajo ingrato en cualquier equipo, pero serlo en el Barça roza el castigo. Ter Stegen debe estar preparado para ver de lejos el partido y listo para intervenir, con suerte, tres o cuatro veces. Un trabajo quirúrgico comparado con la responsabilidad constante de equipos cuyo fútbol es más defensivo. Solo existe un trabajo peor que ser portero en el primer equipo del Barça: serlo en su fútbol base.

La Masia crea artesanalmente y con todo lujo de detalles durante muchos años a metas que nunca llegarán al primer equipo. Las opciones de asentarse en el Camp Nou son, estadísticamente, imperceptibles. Y, pese a ello, la máquina no deja de producir. Ahí están Iñaki Peña o Arnau Tenas viviendo lo mismo que en su día vivieron Masip, Ortolá o José Aurelio Suárez. Valdés es la única excepción reciente en un mar vacío de oportunidades. No las hay ni las habrá, pero ahí siguen trabajando a diario, soñando despiertos porque la vida no se acaba en el Barça. El primer equipo es su Itaca particular y el mundo exterior es la única esperanza realista para todos ellos. El problema, otro más, es que tampoco fuera hay porterías para tanto portero. En Primera, por ejemplo, solo hay veinte. Hay que ser raro o estar loco para ser portero.