Dembélé fue el mejor topo en el partido de las madrigueras

Dembélé marcó el gol de la victoria

Dembélé marcó el gol de la victoria / sport

Ernest Folch

Ernest Folch

Si el fútbol es el arte de encontrar soluciones a problemas imprevistos, el Barça merece recibir una mención especial por su partido de ayer. Ciertamente, su discreta victoria en el Nuevo Zorrilla no pasará a la historia del virtuosismo pero quizás sí a la del surrealismo futbolístico. Porque quedó claro desde el primer minuto que Valverde se quedó incluso corto con sus advertencias del día anterior sobre el estado del césped. Lo cierto es que los milagros no solo son escasos en el fútbol sino también en la jardinería: el pasto que había sido plantado solo cuatro días antes se comportó como estaba previsto, y se levantó descaradamente a cada mínima patada de los futbolistas.

Ante esta eventualidad grotesca, fruto no de ningún azar sino de la negligencia, todo lo que sucedió en el partido estuvo marcado por esta circunstancia, impropia de una competición que dice aspirar a ser la más potente del mundo y también por una milagrosa aparición del VAR para anular un gol del Valladolid sobre la bocina.

En semejante patatal, había poco espacio para las florituras, pero margen para los espabilados, y fue allí donde Dembélé encontró su espacio: se mostró siempre activo y valiente, tanto en la banda izquierda como en la derecha, y supo aprovechar una cesión inteligente de Sergi Roberto para rematar un partido destinado a morir entre baches, agujeros y otras protuberancias varias. Hubo tiempo para ver algún pase maravilloso de Messi o algún gesto interesante de Coutinho, pero se podía temer lo peor cuando el protagonista de un partido es el césped y no ningún futbolista. Y es que parece una ironía que justo cuando LaLiga anuncia que se expande globalmente con un partido en Estados Unidos, nadie sea capaz de evitar que un partido de la máxima competición se juegue en un césped lamentable, totalmente desarragaido, que se fue llenando de agujeros a medida que avanzaba el partido.

Esta vez, el Barça tuvo que invertir media hora entera para encontrar una línea en sus pases que no chocara con alguno de los socavones que parecían auténticas madrigueras de topos. Era patético ver a jugadores de la talla de Messi, Coutinho y Dembélé más concentrados en no chocar contra bultos sospechosos que no en crear juego para su equipo. Vendría a ser algo así como si en un partido de los Lakers de Lebron James los jugadores tuvieran que ir sorteando los baches del parquet levantado. LaLiga es justamente una competición que cuida su marca y hace un año incluso llegó a prever sanciones para los clubes que no mostraran sus gradas llenas en los tiros de cámara de un partido. La vergüenza vivida ayer en Valladolid debe servir para que nunca más se vuelva a producir.