Ese aplauso de Messi en el minuto 37

Messi y Pedri, una química que no deja de crecer

Messi y Pedri, una química que no deja de crecer / FC BARCELONA

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Seamos sinceros (como siempre). Defendamos, desde la primera línea de este texto, de esta carta semanal entre cómplices, entre amigos, entre usted y yo, que, posiblemente, solo se trate de una observación de un simple vigía azulgrana, que, simplemente, trata de reflejar aquello que ve, que intuye, que sabe, que ha preguntado y sobre lo que ha platicado con los amigos que tiene en las catacumbas de la Ciudad Deportiva Joan Gamper, que también han creído detectar algo parecido a lo que yo (y ahora usted) quisiéramos considerar un punto de inflexión, un ‘sí se puede’, un ‘aquí estamos nosotros’, un ‘debemos intentarlo’, un ‘sí queremos’, muy en las antípodas de la frase expresada por Antoine Griezmann tras la goleada ante la Juve, cuando dio a entender que el equipo ni siquiera había querido.

Lo que yo he observado (y, de momento, nadie me niega; todo lo contrario, me refuerzan muchas fuentes) es que, como suele ser habitual, por ejemplo, en el Real Madrid u otros grandes equipos, los jugadores del Barça han decidido intentarlo con todas sus fuerzas y, sobre todo, tras tocar fondo, salir a flote con su mejor predisposición, coraje, actitud, voluntad, conocimientos, experiencia y determinación. Veremos si les da para ganar títulos.

Hay quien piensa que el punto de arranque es la tremenda, real, visible, pública y cierta reflexión de Griezmann, sí. Esos son los que dicen que esa autocrítica feroz, repito, muy cierta, no fue contestada, ni replicada, por nadie desde dentro del vestuario, por lo que todos podemos interpretar que los jugadores la consideraron cierta, real y merecida.

Hay quien cree y, por supuesto, también es válida la explicación, que todo parte de esa comida de Navidad, de hermandad, de hacer piña, que se celebró, el pasado lunes al mediodía, en el gran comedor de la Joan Gamper. Comida a la que se refirió el propio Ronald Koeman, de paso, sin pararse demasiado en su exposición y reflexión, 24 horas después, cuando contó, entre respuesta y respuesta de la conferencia de prensa previa a la victoria ante la Real, que había habido un almuerzo “con mucho ruido, muchas charlas, buen ambiente y risas; ahora, lo que toca es que acompañen estos resultados”.

Hay quien cree que el momento, el clic, se produce cuando <strong>Leo Messi </strong>empieza a ser el Leo Messi comprometido de siempre. Es más, que se ha puesto el brazalete de capitán y está dispuesto a ejercer de guía, sea o no (¡ojalá no lo sea!) su último año entre nosotros. Y, por supuesto, en ese sentido y pese a lo mucho que le está costando alcanzar los 643 goles de ‘O Rei’ Pelé con la camiseta del Santos (‘D10S’, con la del Barça), lo que Messi hizo el miércoles es digno de analizar, pues su comportamiento fue ejemplar, especialmente ¿verdad? en el minuto 37 y 44 segundos cuando, después de que Griezmann fallase uno de sus goles ‘cantados’ y Braithwaite, el primero de los suyos, aplaudiera a rabiar, gritando “¡vamos! ¡vamos! ¡seguimos! ¡seguimos!”, lo nunca visto en el as argentino.

Hay quien está convencido que los gritos que se oyeron de Alba y Ter Stegen a lo largo del difícil partido ante la Real son fruto de esa nueva complicidad y predisposición a morir con las botas puestas. Quienes vivieron ese encuentro a pie de campo (mejor no dar nombres, perdón) aseguran que el griterío de ánimo, de complicidad, de ayuda, de empuje que se estuvieron dando todos los componentes del equipo azulgrana fue “lo nunca visto”. Y, en ese sentido, no solo descubren esas voces de Alba y Ter Stegen, esos aplausos constantes de Messi, sino, incluso, la preocupación mostrada por Araujo, un valor en alza y muy, muy, futurible, con su joven colega Mingueza. Porque fue Araujo quien se interesó por Mingueza cuando este comenzó a sentir calambres y fue el central uruguayo quien habló con Koeman en la banda y le sugirió que cambiase al joven canterano por Lenglet al ver realmente agotado al ‘rookie’.

Hay quien cree que esas dos inmensas pilas de brazos, manos, besos y achuchones tras cada uno de los dos goles azulgranas, esas dos fiestas redondas sobre el césped, poco vistas a lo largo de los últimos años, demuestran que existe una nueva unidad y, sobre todo, que, en similitud a la típica y tradicional ‘cofradía del clavo ardiendo’ esgrimida en tiempos de crisis por los merengues, el akelarre del vestuario culé es real, cierto y puede significar un volver a empezar tras tocar fondo.

Puede que no sea solo una de esas cosas. Puede que todo, desde ese almuerzo navideño del lunes a los abrazos sentidos tras los dos goles ante la Real, forme parte de ese ‘volver a empezar’. Como esa fotografía inédita en el Instagram del capitán Messi deseando que la piña siga y aumente o esos gestos de complicidad absoluta (pantalones de colorines incluido) de Piqué y Ansu Fati en la grada del Camp Nou, que demuestran, insisto, que la unidad está de vuelta.

Puede que ni usted ni yo fuésemos los únicos que viésemos esa nueva actitud de los barcelonistas. El mismo Imanol Alguacil, técnico donostiarra, dijo al término del partido que “hacía mucho tiempo que no veía un Barça tan intenso y tan agresivo”.