Opinión

¿Y ahora qué, Rfef?

Luis Rubiales.

Luis Rubiales.

La dimisión, cese, huida hacia adelante, atrincheramiento de Luis Rubiales y su núcleo duro en la Real Federación Española de Fútbol (Rfef) va camino de convertirse en catarsis. Nunca antes una asamblea, y los que quedaron retratados en ella pese a comunicados posteriores -incluyo aquí a los barones territoriales-, ha evidenciado tan claramente la necesidad de regeneración del modelo de gestión del fútbol español. Empezando por la gobernanza y las estructuras de poder, pasando por la independencia de los colectivos y terminando por las capacidades de quienes ostentan cargos de alta responsabilidad y no menor retribución.

El mandato de Rubiales ha estado marcado por la crispación y el enfrentamiento constante. Y no, no sólo ha sido con LaLiga y con Javier Tebas. Basta con seguir un poco el conjunto de la pirámide competitiva para ver que la Federación ha vivido enfrentada a los clubes profesionales masculinos, ha ralentizado la profesionalización del fútbol femenino provocando división entre los equipos y va por el mismo camino con el fútbol sala. La mitad de Primera Federación ya verbalizó su inconformidad con la gestión de la categoría por parte de Rubiales, incapaz de crear un producto comercial atractivo para la antesala al profesionalismo.

Ya son varios presidentes autonómicos los que han salido a criticar las formas de Rubiales. Ahora falta por ver si, una vez se resuelve el embrollo legal en el que se va a convertir la salida del presidente suspendido, realmente hay un cambio. El primero y más importante no debe ser solo rehacer la relación con el Gobierno, cuya permisividad estos años sólo se explica por su percepción de que su carácter y ambición era el mejor contrapoder a Tebas y el miedo a que torpedeara la candidatura al Mundial 2030. Paradójicamente, hoy Rubiales es el principal factor de riesgo para que España acoja la cita cuando durante años fue su principal escudo.

No, lo más urgente es rehacer las relaciones con todo el ecosistema de clubes y competiciones, entendiendo que la colaboración multiplica y que no hay sumisión por apoyarse en el transatlántico de LaLiga para generar más recursos. Una de las estrategias que más le ha costado al fútbol español es la de la Rfef para reconquistar o arrogarse competencias y gestión de recursos. El fútbol sala, como el masculino y el femenino, merecen una liga profesional que les permita autogestionarse.

Otro mal ha sido y será el de la gestión de las ayudas, con el clientelismo en que deriva. Un análisis a las resoluciones de los últimos años permite entender el posicionamiento que han tomado algunos clubes y asociaciones de futbolistas. Y sin atajar eso, muy difícil será por no decir imposible volver a encontrarnos una asamblea en la que miembros de la misma aplauden un discurso que avergonzó a todo el mundo por no hacer un feo al líder al que luego dejan caer cuando ven por donde sopla el viento. Más política que industria.

Un año de estadios llenos y 300 millones de euros en juego

Hubo una época, antes del boom de la televisión, en la que la grandeza de un club venía especialmente determinada por la dimensión de su masa social. A más abonados, más capacidad de ingresos y, por lo tanto, de opciones para competir por grandes gestas. Sin embargo, el fuerte peso que ha adquirido la pata audiovisual en la industria del deporte hace dos décadas que cambió todo, permitiendo que clubes que quizás no superan los 10.000 socios, gozan de presupuestos que duplican y hasta triplican al de históricos del fútbol europeo que hoy a poco aspiran internacionalmente. En el fútbol, tener tu sede en Países Bajos o Bélgica es un lastre respecto a tenerla en España, Francia o Inglaterra. Sin embargo, y ante los síntomas claros de moderación en el alza de los ingresos por las retransmisiones, los equipos vuelven a mirar a las gradas.

Si nos centramos en LaLiga, hoy casi no hay un solo club que no esté trabajando en remodelar su feudo, añadir prestaciones y hacerlo más atractivo para el fan. Un negocio de 300 millones anuales entre socios y abonados, que este año se acercan ya a los casi 800.000 entre Primera y Segunda División, a punto del récord, pese al exilio del Barça a Montjuïc.