Crónica parlamentaria | A vista de guirre

Mear en el patio trasero

Clavijo ha actuado por mandato parlamentario ante la crisis migratoria y se ha cargado de razón unificando la misma actitud entre las instituciones públicas y la sociedad civil canaria

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

El objetivo de la política en las sociedades democráticas maduras debería ser el aburrimiento. Pasar de la épica del heroísmo transformador a la gestión eficaz y cotidiana de reformas en beneficio de los intereses generales, del desarrollo económico y de la cohesión social. Por desgracia esa evolución se ha interrumpido. En la era de la polarización y de la deslegitimación progresiva de las instituciones y procedimientos democráticos, la política solo sabe crecer alimentando sus propios intereses. La sorpresa de Michel Ignatieff cuando se metió en campañas electorales estuvo en el descubrimiento de que la política tenía vida propia y forjaba y destruía incesantemente sus propias reglas. Lo hacía básicamente a través del lenguaje. Y todo el mundo sabe recitar la cita más conocida de George Orwell: “El lenguaje político está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable y para dar una apariencia de solidez al mero viento”.

Cuando la política –ante a esto se llamaba politiquería– se quita la careta y muestra su rostro brutal es imposible no sentir cierta fascinación. Es como ver crecer un cáncer, reventar una pústula, caer un avión entre chillidos agónicos, contemplar un tsunami destrozar toda una costa. Este miércoles se pudo contemplan ese espectáculo de hedionda hipnosis en el Parlamento de Canarias. Por supuesto, el orden del día fue más amplio, pero fueron las preguntas a Fernando Clavijo sobre el desgraciado desenlace de la reforma de la ley de extranjería lo que se llevó merecidamente la máxima atención.

Todo el mundo pudo apreciar la ausencia del vicepresidente del Gobierno autonómico y líder del PP canario, Manuel Domínguez, que desde hacía una semana se había comprometido con un foro económico en Lanzarote. Parece una excusa estupenda, pero hace una semana Domínguez sabía perfectamente que este miércoles ya habría un resultado sobre la votación de la reforma de la ley de extranjería. Y se marchó para no enfrentarse en la Cámara con la oposición ni ser abordado por los periodistas.

Las intervenciones más interesantes, obviamente, fueron las del PP y del PSOE. El señor Juan Manuel García Casañas se dedicó a explicar que el PSOE no quiso un acuerdo con el PP. Que no se lo trabajó. Que tres wasapp no son siquiera el comienzo de una negociación. “¿Tan difícil era introducir en la reforma una ficha financiera”, se preguntó casi dramáticamente. Algunas de las razones de García Casañas fueron razonables, pero, por supuesto, no respondió a una pregunta: ¿por qué no prefirió el PP dejar “sobre la mesa” la reforma normativa para buscar un plazo más amplio y así seguir negociando? ¿Por qué optó por la satisfacción pueril de propiciar una derrota más del Gobierno de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados sin priorizar a los menores migrantes? ¿Cómo vota no al simple trámite para iniciar la reforma coincidiendo con Vox y JxC? ¿Por qué se aplaudieron a sí mismos los diputados del PP después de votar no? La respuesta de Clavijo fue casi lacónica. Se refirió a la nula voluntad de los conservadores en retrasar la votación. Fue la crítica que se permitió a su socio de gobierno desde hace un año. García Casañas tuvo una segunda intervención donde se repitió de nuevo e insistió en que el responsable de todo es el PSOE. El presidente, con gesto hastiado, renunció a tomar la palabra.

Esfuerzo de lógica

Entonces llegó el gran momento de Mary Tribune, es decir, de Sebastián Franquis, portavoz socialista que, para abrir boca, tachó a Clavijo de mentiroso por una reunión sobre la que no informó, o informó, o vaya a saber qué, porque la indignación impostada convierte las habituales regurgitaciones de Franquis en algo muy parecido a una psicofonía. El portavoz socialista vino a descubrir que la culpa de la situación de los cerca de seis mil menores migrantes de Canarias es de Clavijo y de su Ejecutivo.

Si el lector ha sobrevivido al ictus tras esta afirmación el cronista se la intentará explicar aunque reconstruir el razonamiento del señor Franquis resulta invariablemente una osadía neurológica: a) El PP votó en contra de la reforma de la ley de extranjería en el Congreso de los Diputados, b) El PP ha traicionado a Canarias, c) Coalición comparte con el PP el Gobierno autonómico, d) El Gobierno autonómico es corresponsable de lo que ha hecho el PP, d) Clavijo es presidente de dicho Gobierno; e) Clavijo es un traidor también, f) Clavijo, por tanto, es responsable de que continúen hacinándose menores migrantes no acompañados. Después de su ingente esfuerzo lógico-matemático, Franquis le explicó al presidente que solo le quedaba una disyuntiva: o rompía el pacto con el PP o convocaba elecciones anticipadas.

Que el grupo parlamentario socialista sea capaz de esta disparatada sinvergüencería dice mucho de dos cosas: su alergia a la realidad y su desesperación estratégica. El responsable de la acumulación de menores migrantes en Canarias en unas condiciones cada vez más difíciles y complejas es el Gobierno central, tal y como se explica, precisamente, a la luz de la ley de extranjería. Sus competencias, en esta materia, son exclusivas. Siguiendo el estilo gallináceo de Franquis, podría definirse a los diputados socialistas como traidores a Canarias, porque su dirección nacional se pasó más de dos años sin atender siquiera al problema y lo ha dejado crecer hasta crear una situación alarmante mientras Franquis y sus compañeros callaban. Clavijo ha actuado por mandato parlamentario –un mandato que el propio presidente consensuó con todos los grupos de la Cámara– y se ha cargado de razón unificando la misma actitud entre las instituciones públicas y la sociedad civil canaria.

Hace alrededor de mes y medio, al comprobar que el ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres, se limitaba a parlotear y no organizaba reuniones con los grupos del Congreso de los Diputados, Clavijo se encargó de negociar los encuentros e invitó al ministro a que lo acompañara: en ningún caso fue al revés. Y Torres acudió mansamente y se hizo las fotos. Es grotesco que el PSOE exija ahora la ruptura del Gobierno o el inmediato adelantamiento de las elecciones que, al parecer, Clavijo debió haber firmado en el avión que lo trajo de Madrid. Lo que están haciendo los socialistas es una canallada simétrica a la del PP. Si los conservadores utilizan a los menores migrantes para propinar una derrota a Pedro Sánchez –el mismo día en que se rechazaba el techo de gasto y se imposibilitaba así que avanzara la redacción de los presupuestos generales del Estado– el PSOE manipula la situación para pretender reventar al Gobierno regional.

Ni votar la tramitación de la reforma ni negociar para que dicha tramitación sea posible. En medio no está Clavijo. Está toda la sociedad política y civil del país. Es una de las derrotas más miserables que ha experimentado la política y el parlamentarismo canario y los responsables, en este vomitivo guerracivilismo que improvisan día a día, son los dos partidos mayoritarios de la democracia española para los que el patio africano sigue convenientemente lejos, trasero, digno de bacilón, pero no de compromisos, lleno de costas que no ceden, de silencios amordazados, de piojosas superioridades morales, de imbéciles genuflexos. Al patio trasero también se acude a fumar, a orinar o a acumular basura. Este miércoles, como casi siempre, el pleno terminó como empezó: una nada nadeante que susurraba en el fondo de un pozo. Cuando salieron todos los diputados el servicio de limpieza comenzó a barrer y limpiar el salón de plenos. En la medida de lo posible, claro. En la medida de lo posible.

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