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El cholismo, a debate

El papel de Simeone en el banquillo del Atlético de Madrid estos últimos años, a debate

'Comandante Simeone', la portada de la Gazzetta

'Comandante Simeone', la portada de la Gazzetta / sport

XAVI TORRES | rubén uría

XAVI TORRES: Un plan pensado, organizado y... ejecutado a la perfección

¿Vale todo para ganar? ¿Da igual el camino elegido si al final del trayecto hay premio? En el fútbol, como en la vida, no hay valores absolutos por lo que todas las visiones y opiniones son válidas si se construyen con fundamentos sólidos. En el mundo del balón, lamentablemente, demasiadas cosas son fruto de la casualidad. Por eso el Barça es admirado en el mundo. Su relato, iniciado en la base a principios de la década de los 70 por Laureano Ruiz, transportado al primer equipo al final de los 80 por Johan Cruyff y llevado a los altares por Pep Guardiola ya en el siglo XXI, es exclusivo. Sin duda, es el gran patrimonio del F. C. Barcelona porque no se puede copiar ni tampoco comprar. La idea ya forma parte de la cultura del club y a pesar de que el camino no va a ser fácil porque los grandes referentes no forman parte de la estructura que debe garantizar su continuidad. Incomprensiblemente Laureano no trabaja en el club, Cruyff ya no está, Guardiola no comparte el actual criterio de la entidad y en clave de futuro Xavi Hernández vive en Qatar. Veremos.

Esta cultura futbolística apenas es visible en otros clubes donde el valor que se prioriza es el resultado. Por eso, por ejemplo, el aficionado del Real Madrid validó los éxitos de Del Bosque, Heynckes, Ancelotti o, como no, Mourinho, técnicos tan diferentes como el fútbol que practicaron sus equipos. Hoy, con Zidane, todo ha vuelto a girar pero nadie se plantea un proyecto a largo plazo sinó el éxito en la Champions para levantar la Undécima.

A la sombra del Real Madrid ha vivido el Atlético. La bulla que provoca el éxito del vecino, la rebeldía en formato oposición, ha forjado históricamente un caracter guerrillero entre los aficionados rojiblancos que ha permitido, de entrada, la conexión emocional con Diego Pablo Simeone, estrella del pasado sobre el césped y héroe actual en el banquillo. Los altos y bajos en los proyectos de club dirigidos desde uno de los palcos más pintorescos del fútbol español han dado paso a la estabilidad producida por la fulgurante aparición del ‘Cholo’. Y sin cultura de club, por supuesto los resultados han dado paso a su reinado. En el césped, en los despachos y en la grada. El ‘Cholismo’.

Futbolísticamente no es una casualidad todo lo que está sucediendo. Su puesta en escena, con el ‘Mono’ Burgos de actor secundario, se aleja del glamour y de los focos. Para entendernos, en el cine de hoy Bradley Cooper provoca admiración pero, no nos olvidemos, Javier Cámara es un auténtico fenómeno. Y Simeone transita lejos de Irina Shayk...

El Atlético de Madrid es el mejor equipo del mundo del fútbol en no permitir que su rival juegue a fútbol. Su plan está pensado, organizado, trabajado y ejecutado a la perfección a partir de un hecho básico para el éxito colectivo: el entrenador ha convencido a sus futbolistas y éstos, si hiciera falta, se tirarían por un puente (por supuesto del Manzanares) si su entrenador se lo pidiera. ¿Cuántos técnicos de equipos top en el mundo pueden presumir de esto? 

Que las líneas estén juntas todos los minutos de todos los partidos no sucede porque sí. Que el Bayern plantee el pasado miércoles un partido buscando la solución abriendo el campo con Coman y Douglas Costa como extremos puros y se encuentren un dos contra uno en cada jugada no es suerte. Que el Barça, en cuartos, proponga lo contrario, es decir, superioridades por dentro con Messi y Neymar casi como interiores y el equipo sobreviva, tampoco es azar. Que Godín marque tantos goles a la salida de faltas y córners es porque el laboratorio da sus frutos. Y que los centrales sean de un determinado perfil o los centrocampistas de otro... tampoco es por fortuna. Y las apuestas por los jóvenes, los de casa (Koke, Saúl, Thomas, Oliver Torres) y los de fuera (Oblak, Giménez, Correa, Kranevitter, Vietto, Lucas Hernández). Que el popular Atleti se codee con los gigantes (también en presupuesto) Barça, Real Madrid, Bayern, PSG, Manchester City, Chelsea, Juventus... es casi milagroso.

Su placer por el resultado elimina muchos debates sobre la estética y permite sin vergüenzas una intensidad en el juego por muchos definida como agresividad o violencia. Seguramente ha habido días de todo aunque, en este aspecto, la perfección de su modelo se vio el pasado miércoles en el Calderón. Durante la segunda parte, justo cuando más apretaba el Bayern de Guardiola, el Atlético defendió su marcador con una sola falta en 45 minutos y, curiosamente, fue en ataque (de Saúl a Alonso). En todo el partido solamente cometió siete, cuatro menos que su rival. 

Capítulo aparte merecen episodios oscuros que empequeñecen la obra de Simeone y que tienen que ver con el lado más salvaje del personaje. Perder tanto tiempo como el Atlético hizo no hace mucho en el Camp Nou o lanzar un segundo balón al terreno de juego, el sábado pasado, para tratar de impedir una contra del Málaga ensucian la cara del ‘cholismo’. Las provocaciones y las trampas, aunque en un momento dado lo crea, no le convienen.  

El aficionado al fútbol tiene derecho a escoger. Lo que hace el Atlético también es fútbol, diferente al del Barcelona, paradigma de otra filosofía, pero fútbol al fin y al cabo. Y dicho esto, los banquillos del mundo tienen hoy un reto: encontrar el antídoto para convencer a las futuras generaciones de técnicos, futbolistas y aficionados de que vale la pena pensar en un fútbol de ataque que viva alrededor del balón. 

RUBÉN URÍA: El Atlético es un barrio de Esparta, un equipo fiero

Simeone no es el Che Guevara  del fútbol, ni tampoco un revolucionario táctico del juego. Es un obseso de la pizarra, un estratega nato, un autodidacta convencido y un motivador único.  Y su revolución no es futbolística - en eso, el gran revolucionario es Guardiola-,  sino que consiste en su apasionante y entregada lucha contra el establishment de los más grandes, logrando competir y además, ganar, a Real Madrid y Barcelona, con menos armas y menos dinero, pero con más ilusión y entusiasmo. Hablamos de un tipo que heredó un muerto  y devolvió un campeón. De alguien que rescató un club a cuatro puntos del descenso y eliminado por un Segunda B, hasta darle cinco títulos en cuatro años. Si Cruyff fue el padre del nuevo Barça brillante y sin complejos y Guardiola sublimó su idea hasta llevarla a la excelencia, Simeone para los atléticos es la suma de Johan y Pep. Es la única autoridad moral que reconocen jugadores e hinchas. Los ha puesto en fila de a uno.

Su propuesta puede no gustar, pero su mérito y su liderazgo es incuestionable. Hay quien confunde intensidad con un concurso de dar patadas y quien considera que el cholismo se reduce a defender y tirar pelotas al campo para frenar un contragolpe. Incluso quien ve en Simeone a Mou en el campo y a Guardiola en la sala de prensa. Pero el cholismo es más. Es un fuego interior, una ambición desmedida, el atrevimiento a llegar allí donde otros creían que era imposible llegar. Es ganar una Liga con 400 millones de euros menos de presupuesto, es pelear como un pequeño para ser un grande, es eliminar al mejor Barça de la historia por dos veces en Europa, es conseguir que Guardiola diga que son un equipo temible, es haber logrado que los aficionados de otros equipos hayan tomado al Atlético como espejo y ejemplo. Simeone es un manual de autoayuda con un discurso inagotable y una fuente de energía vital: si se trabaja y se cree, se puede. El cholismo es un nuevo poder que resurge, es la magia del trabajo que hace posible algo que parecía una quimera. 

La realidad es que es mucho más que eso: es pelear por un sueño, ser alternativa de poder, hacer lo que otros te dicen que no serás capaz de hacer. El Cholo, abrazado a su mantra, partido a partido, entiende el Atlético como una misión y un acto de fe. Capaz de vertebrar un muro carnal sin fisuras y de armar una contra letal con un tenedor de plástico, Simeone ha orquestado una máquina de competir. Un Atleti con poca estética, pero con mucha épica. Su mensaje, corto y en vena: un chute de entusiasmo. “A morir, los míos mueren, porque no le tienen miedo a la muerte”. Su Atlético es un barrio de Esparta, un equipo fiero, una tropa que destila ardor guerrero. No tiene el pedigrí del Madrid de Zidane, ni los violinistas de esa orquesta preciosista de Luis Enrique, pero sí tiene un convencimiento: nada ni nadie por encima del equipo. No hay jugador que no haya pasado por las manos de Simeone que no haya mejorado, ni futbolista que, juegue más o menos, no se haya convertido en un ministro de la muerte para potenciar la causa del Cholo.

Simeone, cuya gran fuerza es su poderosa intuición – que, en palabras de Valdano, es la inteligencia punta del cerebro-, ha convencido a tipos que no parecían campeones de que lo son. En el Calderón, el cholismo es una religión y Simeone es su profeta. Y quien ha convivido con él, lo sabe. Cuando era jugador del Barça, Villa dijo que Guardiola era el técnico más brillante que había tenido en su vida. Cuando salió del Atlético, el asturiano confesó que Simeone era “la mezcla perfecta entre Guardiola y Luis Aragonés”. Luchador, competitivo y comunicador, Simeone puede gustar más o menos, pero nadie, tenga los colores que tenga, puede negarle que tiene un mérito descomunal. El cholismo no enamora en el campo, pero desprende espíritu combativo admirable. Luis dijo que el fútbol es ganar, ganar, ganar y volver a ganar. Simeone ha hecho rutina de esa teoría: su Atleti sólo conjuga dos verbos: competir y ganar. Dirige una tropa de supervivientes, no un equipo de fútbol. Gustará más o menos, pero inspira respeto. Y si uno mira los resultados, admiración.