Gimnasia

A Ray Zapata se le va el pie y la medalla: "Podía haberme caído de culo y no lo hice"

Los jueces castigan al gimnasta español, que no puede revalidar la plata olímpica en Tokio y concluye séptimo en la final de suelo

Ray Zapata, durante la final de suelo de los Juegos de París.

Ray Zapata, durante la final de suelo de los Juegos de París. / Ap

El deporte es demasiado cruel. Y pocas disciplinas castigan tanto como la gimnasia, donde no alcanzar la presunta perfección te castiga al purgatorio. Ray Zapata, el gimnasta español, estaba clavando todas sus diagonales. Ante cada una de sus piruetas, ganaba aún más confianza. No se vislumbraban errores. Hasta que llegó la última diagonal. EL doble mortal en plancha. Y en la caída, el pequeño error. El pie izquierdo tocó por unos centímetros la zona azul de la pista, frontera entre el cielo y el infierno para el gimnasta. Los jueces no lo vieron claro. Convirtieron sus largas deliveraciones en una tortura insoportable para Zapata y sus entrenadores. Hasta que emitieron su sentencia. Zapata, el primero en competir, ya sabía que no revalidaría la medalla de plata conseguida en los Juegos de Tokio.

Fueron duros los jueves. Dieron al gimnasta español una puntuación de 14.333, muy lejos de los 14.600 que había conseguido hace una semana en la clasificación y que había multiplicado su ilusión por volver a llevarse un metal. El juicio fue implacable. El maldito pie le costó una décima de penalización. Y también vio rebajada tanto la nota de la dificultad como de la ejecución respectó a la clasificatoria. En el mismo amanecer, Zapata vio el final. El filipino Carlos Edriel Yuro, sublime (15.000) se llevó el oro; quedándose el israelí Dolgopyat con la plata y el británico Jarman con el bronce. Zapata concluyó séptimo, sólo por delante del chino Zhang.

"Hay que tener un par para salir el primero"

Contrastó ese desenlace con la actitud positiva que había mostrado el gimnasta español antes. Ray Zapata tenía las manos en los bolsillos. Descansadas. Faltaban dos horas para que comenzara la final de suelo, y él paseaba sereno por el tapiz. A su alrededor, los rivales con los que se iba a encontrar corrían de un lado a otro. Estiraban los músculos, tensos. Pero Ray seguía a lo suyo. Una y otra vez, recorría la pista. Como si quisiera medir las distancias. Y sonreía. La misma sonrisa que mostró en el crepúsculo.

"¿Qué más puedo pedir? ¡Estoy muy bien! No me puedo quejar. Podía haberme caído de culo, y no lo he hecho. Clavé todas las series. En la última, parece que me salí de la pista. Pero ni me acuerdo", relató Zapata, que se mostró orgulloso: "Hay que tener un par para salir el primero en una final olímpica. Creo que lo defendí bien. Y mis hijos me han visto competir".

Un tipo especial

Es Rayderley Miguel Zapata Santana un tipo especial. "Sé que no es fácil entrenarme", acostumbra a bromear, con ese porte dicharachero y guasón que le hace tan especial. Aunque a veces también vulnerable.

Desde que en los Juegos Olímpicos de Tokio asombrara con una medalla de plata en suelo que bien pudo ser de oro (el israelí Artem Dolgopyat, con la misma puntuación, le arrebató el oro por presentar un ejercicio con una dificultad una décima mejor; en París fue plata), Ray Zapata había ido desapareciendo poco a poco del radar internacional. Ya fuera porque su cabeza le exigiera un descanso una vez alcanzada la soñada medalla olímpica, ya fuera porque su cuerpo, que empezaba a estar castigado, necesitaba también reponerse.

La familia

Qué decir de su vida familiar, con sus hijos pequeños, Olimpia y Kairo demandando cada vez más atención.

En los tres últimos años, Ray Zapata no disputó ni una sola final. Le condicionó una lesión muscular en el gemelo, pero, en realidad, Zapata comenzaba a tejer su plan. No era otra que llegar en las mejores condiciones posibles a París, allí donde pocos le esperaban.

En Zapata hay un hilo conductor que todo lo une. Y tiene que ver con la adaptación. Porque las cosas le ocurren de repente. Como cuando su madre, Raysa, abandonó Santo Domingo junto a sus tres hijos y Zapata tuvo que aprender a vivir en un lugar que al principio no sentía suyo. O que hasta los 20 años no pudiera entrar en el CAR, edad demasiado tardía para un deporte en el que la precocidad, en ocasiones, lo es todo [a Simone Biles le encanta recordar que, si por ella hubiera sido, se hubiera retirado una vez pasados los 20]. O que, en los Juegos de Río, la primera vez que pisó suelo olímpico, se quedara sin disputar la final.

Redención

Aquello le dolió, pero le sirvió como excusa para buscar la redención, lograda en plena era Covid en los silenciosos Juegos de Tokio. Una anomalía para un Ray Zapata que, como su buena amiga Ana Peleteiro, disfruta del jaleo. De la atención.

En los Juegos de París no iba de farol. Se veía en condiciones para aspirar a la gloria.

Pero el pie se le fue. Maldito pie.

Cuando acabó la final, cogió a su pequeño Kairo en brazos. Lo acarició. El bebé llevaba una camiseta con el nombre de su padre. Tiempo tendrá de explicarle cuán duro puede ser el deporte.