Ceremonia de inauguración

París arriesga y salva una inauguración marcada por la lluvia

La rupturista ceremonia a lo largo del río Sena, en el corazón de una ciudad sitiada por policías y militares, se acerca más a experimento fallido, aunque corregido al final

Rafa Nadal fue uno de los últimos relevistas de la antorcha, antes de que un espectacular juego de luces de la Torre Eiffel diera por iniciados los Juegos

París arriesgó. París pareció perder, hasta que ganó al final. La apuesta por el río Sena como escenario de la inauguración olímpica era seductora, valiente y audaz, una entusiasta enmienda a la tradición olímpica con potencial para marcar una ciaboga en la historia de los Juegos Olímpicos. Acaso el mayor temor tenía que ver con la seguridad, pero no fueron las amenazas externas las que marcaron la larga y decepcionante ceremonia, sino su propio diseño, lento y a ratos con un hilo argumental difícil de seguir, y también (o sobre todo) la insistente lluvia que nadie pareció prever y que deslució todo lo bello que hubo. Que lo hubo, claro, pero el balance no puede ser en ningún modo positivo, por mucho que el final fuera espectacular e inalcanzable en lo estético para cualquier ciudad distinta a París. Difícilmente Los Ángeles, en 2028, sugiera sacar la ceremonia del estadio.

París, en su misión de descorchar unos Juegos Olímpicos, tenía miedo, como lo tenía toda la familia olímpica. Miedo a las amenazas terroristas, miedo a que todo acabara siendo un caos organizativo. Y, finalmente, el mayor miedo que debía tener era a algo tan trivial e inevitable como la lluvia, que marcó toda la jornada y que empapó a miles de asistentes, incluidos muchas de las autoridades internacionales que esperaban la traca final en Trocadéro. Resulta inexplicable que la organización no techara el recinto y que ni siquiera tuviera paraguas repartidos para su reparto. La imagen de jefes de Estado con un cutre chubasquero, como ocurrió son los reyes de España, resultaba intolerable. El enfado, en muchas de las filas nobles del anfiteatro, era mayúsculo.

Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, con chubasquero durante la ceremonia de París 2024.

Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, con chubasquero durante la ceremonia de París 2024. / Loic Venance

Una ciudad blindada

Pero aunque el sol hubiera lucido radiante este viernes en París, el resultado difícilmente se podría haber considerado a la altura de las expectativas. Una París tomada por los militares y la Policía, con sus habitantes a la fuga, renegando de un evento por el que nunca fueron consultados, trató de exportar al mundo sus dos mayores virtudes, su historia y su belleza, que trató de esparcir durante los seis kilómetros de agua que separan el Puente de Austerlitz de Trocadéro, frente a la imponente vigilancia de la Torre Eiffel.

Sin embargo, la organización se acabó enredando en un encadenado de secuencias con un hilo narrativo que parecía azaroso. Lo mismo se frenaba el desfile de barcos para hacer sonar La Marsellesa como para que tomaran el micrófono Lady Gaga o la cantante de moda en Francia, Aya Nakamura. O para que artistas del Moulin Rouge lucieran al mundo su maravilloso espectáculo. O para que Francia hiciera un homenaje a Les Misérables o a María Antonieta. O Minions, valía casi todo, para bien y para regular. La sensación era que daba igual en que momento ocurriera una cosa o la otra, como si fueran pausas publicitarias intercambiables.

La lluvia marcó la ceremonia de inauguración de los Juegos.

La lluvia marcó la ceremonia de inauguración de los Juegos. / CHRISTOPHE PETIT TESSON / POOL

Y todo había comenzado, conviene recordarlo, en una ciudad sitiada e intransitable en su corazón para todos aquellos que no tuvieran un permiso especial para hacerlo. Hasta cuatro controles diferentes tuvieron que superar los periodistas, con la acreditación colgada del cuello, para acceder a los puntos de interés. La jornada, no obstante, fue trayendo calma y hasta había agentes de la Gendarmerie que, durante la ceremonia, se entretenían haciéndose selfis y grabando con sus móviles las pantallas en las que se emitía el espectáculo a lo largo de las orillas parisinas, mientras todos los barcos hacían el recorrido de seis kilómetros previsto.

Echegoyen y Cooper, al frente de España

Fue una ceremonia de menos a más. Todo arrancó con Grecia a la cabeza del desfile, como manda la tradición, seguida por el equipo de refugiados. Después, algunos países comparecieron agrupados en un solo barco, como Afganistán, Sudáfrica, Albania, Argelia y Alemania, merced a ser los primeros por el orden alfabético en francés. Una imagen extraña y peculiar, que contrastaba con las lanchas privadas de países minúsculos como Camboya, Bhután o las Islas Caimán. Los deportistas, en todo caso, siempre quedaron en segundo plano cuando, más allá de la lógica promoción local del anfitrión, habrían de ser los protagonistas.

España, en cambio, sí tuvo un barco para ella sola, rebosante con un buen número de los 383 deportistas que, cifra récord, presenta en esta edición, con los abanderados Támara Echegoyen y Marcus Cooper arriando la bandera nacional, empapados todos ellos. ¿Tendrá consecuencias para los deportistas semejante pasada por agua? Veremos.

Estados Unidos, el país que tomará el relevo olímpico en 19 días, y la anfitriona Francia cerraron el desfile de embarcaciones, en una ceremonia que fue algo más corta de lo previsto, entre otras cosas porque la lluvia estaba haciendo subir en exceso el nivel del agua del Sena.

Zidane asiste a Nadal

En ese último punto, a eso de las diez de la noche, con todas las embarcaciones ya listas para el amarre, París le escribió una carta de amor a la Unión Europea, un detalle muy simbólico dado el contexto político que vive el país, y le dio al 'play' a una lista de grandes éxitos musicales de las dos últimas décadas. Podría haber sido eso o cualquier otra cosa. La preciosa interpretación de 'Imagine', a cargo de Juliette Armanet, salió a tiempo al rescate.

Rafa Nadal y Zinedine Zidane fueron dos de los últimos relevistas de la antorcha olímpica.

Rafa Nadal y Zinedine Zidane fueron dos de los últimos relevistas de la antorcha olímpica. / EFE/EPA/Joel Marklund / POOL

La llama llegó poco después al escenario final en Trocadéro y tras los discursos protocolarios, Zinedine Zidane agarró la antorcha, se la pasó a Rafa Nadal, que cruzó el Sena en barco junto a Serena Williams, Carl Lewis y Nadia Comaneci.

El espectáculo de luces en la Torre Eiffel fue el momento más espectacular de la ceremonia, antes que la antorcha pusiera rumbo a los Jardines de las Tullerías y entre la atleta Marie-José Perec y el judoca Teddy Rinner dieran por inaugurados los Juegos de la XXXIII Olimpiada. El épico y cuidado final, con la voz de Céline Dion poniendo el broche salvo a París. Todo lo que ocurrió fuera del Sena fue impecable. Que empiece la competición.