Juegos

Carolina, Alcaraz y Rahm: el consuelo imposible del deportista

Las lágrimas de Carolina Marín, condenada por su rodilla, marcan una jornada en la que Carlos Alcaraz, plata, llora su derrota contra Djokovic y Jon Rahm sufre el derrumbe más duro de su carrera deportiva

Carolina Marín, tras lesionarse en la semifinal de bádminton.

Carolina Marín, tras lesionarse en la semifinal de bádminton. / Europa Press

Las lágrimas no humanizan. Es mentira. Tampoco son un espectáculo mediático con el que recrearse. Las lágrimas desnudan el dolor, a veces insoportable, ante cosas que no alcanzamos a entender. Carolina Marín, la genial jugadora de bádminton que logró ser pionera en un deporte donde en su día irrumpió como una anomalía, vio cómo su sueño de repetir el oro de Río volvía a esfumarse por culpa de sus rodillas. En los Juegos de Tokio no pudo participar. Sí llegó a París. Y lo hizo tras levantarse dos veces. Pero para ser después arrancada de las medallas, como si sus rodillas, malditas, esperaran el momento más cruel para quebrarse.

Mientras brotaba un movimiento en favor de otorgarle a Carolina Marín un bronce de consolación –como si los impulsores no supieran que su espíritu de lucha, clave para que se levantara tantas veces, no casa con la condescendencia–, en el polvo de ladrillo de la Philippe Chatrier parisina el foco también se detuvo en el llanto de un deportista.

Carlos Alcaraz, a sus 21 años, había llegado lanzado a la final de los Juegos. ¿Cómo podía perder después de haber enhebrado triunfos en Roland Garros y Wimbledon? Pero perdió. Y lloró. Por mucho que quien lo batiera fuera el tenista más laureado de todos los tiempos, un Novak Djokovic que, a sus 37 años , cumplía con el último gran reto que tenía pendiente, el oro olímpico que sí pudo ganar Rafa Nadal tanto en individual (Pekín 2008) como en dobles (junto a Marc López en Río 2016). En un deporte donde la soledad es extrema y la competitividad tan alta, un segundo puesto, aunque conlleve la plata olímpica, no basta a quien la gana.

Algo parecido sintió Jon Rahm en el Golf National de Versalles. Sufrió el que quizá fue el mayor derrumbe de su carrera cuando vio que el oro se escurría. Pasó del todo a la nada. Perdido el oro, ni siquiera pudo sacar fuerzas para luchar por el bronce. «No sé la última vez que pensé que una quinta plaza fuera buena, pero hoy seguro que no», dijo Rahm. No hubo consuelo. n