Guerra en Ucrania

Refugiados ucranianos evacuados a España: "Me destrozó el alma ver a miles de personas andar varios días para huir"

Vicente Carsí y Larisa Kulyk llegaron este lunes a Valencia tras un periplo de tres días para evacuar Ucrania con el convoy de la embajada española

"Me destrozó el alma ver a miles de personas andar varios días para huir"

Larisa y Vicente ayer, en su casa de València tras llegar de su periplo desde Ucrania. / GERMAN CABALLERO

Larisa y Vicente ayer, en su casa de València tras llegar de su periplo desde Ucrania. / GERMAN CABALLERO

Violeta Peraita

Larisa Kulyk y Vicente Carsí (él valenciano y ella ucraniana, aunque viven en València) tenían el traje preparado para asistir a la boda de su hija en Ucrania el sábado 26 de febrero. Pero en un par de días todo se torció. Larisa llegó el 1 de febrero para ayudar a su hija con todos los preparativos y Vicente aterrizó en Kiev el miércoles 23.

Ambos son voluntarios en la fundación Juntos por la Vida. Ese mismo día relataba a este periódico que en Ucrania se respiraba un ambiente de "calma tensa". Fueron a comprar un lavavajillas para la hija que tenían que recibir al día siguiente pero en cuestión de horas todo cambió. De pasar de estar cenando con unos amigos a que a las siete de la mañana recibieran una llamada. "Poned la tele, Rusia ha invadido el país". "Con esa llamada se acabó toda la normalidad", relatan.

A partir de ahí hubo impulso, desorientación y mucha incertidumbre. Compraron comida y trataron de sacar algo de dinero. No sabían si quedarse pero finalmente decidieron llamar a la Embajada de España en Ucrania. Al día siguiente saldría un convoy hacia la frontera de Polonia para evacuar a los españoles. "Nos dijeron que podíamos llevar poco equipaje, cogimos cuatro cosas y nos fuimos con nuestra hija y nuestro yerno". Los trajes de boda se quedaron colgados en una percha en su casa, en el pueblo de Irpín. Tampoco se llevó Larisa las tres opciones de vestuario que había elegido para la boda. Ni siquiera pensaron en las mudas de calzoncillos ni calcetines. 

Casi con lo puesto y por lo que pudiera pasar. A partir de ahí empezaron un periplo para llegar a Polonia que terminó ayer, cuando aterrizaron en Madrid por la mañana y posteriormente cogieron un tren a València, donde pudieron reunirse con la familia, respirar y empezar a asimilar las emociones mantenidas. Ayer, Vicente solo podía decir que eran unos afortunados. Él, que es pirotécnico, dedicará la mascletà del sábado al pueblo ucraniano. 

Treinta kilómetros en ocho horas

Cuentan el viaje en autobús de la Embajada Española como eterno pero destacan la humanidad de los GEO. "Siempre había palabras de cariño y esperanza, si estamos aquí ha sido por ellos", dicen. Durante las primeras ocho horas de trayecto, recuerdan, avanzaron 32 kilómetros. Iban lentos, pero se iban desviando para evitar riesgos. Cuentan que las gasolineras se quedaron sin combustible y en una de las paradas, unos chicos argelinos aguardaban por tercer día a que algún coche que parara tuviera una rueda como la suya: se les había pinchado.

Tras muchas horas e "incertidumbre", ("no nos daban información para que no la comunicáramos a través del móvil, así que no sabíamos cuándo llegaremos y ni si llegaríamos"), se activó la vía diplomática y automáticamente, el convoy español tuvo preferencia para adelantar a la kilométrica cola de coches que aguardaban para dejar el país. Y entonces, dice Vicente, empezó "el horror". De día se veía a miles de personas caminando hacia la frontera, a cientos de kilómetros y de noche, "miles de familias en hogueras para calentarse, nunca lo olvidaré. Me destrozó el alma, el corazón, el sentido. Tres días antes toda esa gente tenía una vida normal y de repente nada. Solo frío y oscuridad". "Es terrible ver a miles de personas caminando durante días para vivir". Si su casa seguirá en pie, "no lo sabemos, pero es lo que menos nos preocupa ahora mismo".

"No podemos transmitir bien las sensaciones que nos quedan". Pero con el tiempo lo harán.

Ahora, con los ojos puestos en su estimado país, Ucrania, Vicente cuenta que ayer le dijo al ministro de Exteriores José Manuel Albares (que fue a recibirles al aeropuerto): "sería gracioso que lleve veinte años para dar un futuro a los niños ucranianos y ahora mi hija y su marido no tengan papeles, habrá que hacer algo, ministro". Lo recuerda y una lágrima le baja por la cara. Se quita las gafas y se las seca. Vicente dice que Albares se comprometió a llevar a cabo una norma para regularizar la situación de miles de refugiados. "Espero que cumpla"