Ronaldinho: El hombre de la eterna sonrisa
La historia del Barça no se explica sin el brasileño, y viceversa; en lo anímico y en lo deportivo devolvió al club al Olimpo
La noche le confundió -o le aclaró el camino- y su abdicación fue prematura: todos nos quedamos con ganas de un poquito más
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Ronaldinho, la sornisa del Barça / MAITE JIMÉNEZ
Cuatro temporadas sin alzar un título y llegó él desde París para revivir a un muerto llamado FC Barcelona y enamorarnos a todos. Desde que puso un pie en la capital catalana, contagió con su hipnótica sonrisa a todos los culés, que atravesaban una de las épocas con más sombras que luces. Ronaldinho asumió el mayor reto de su trayectoria futbolística: se cargó el equipo a la espalda y devolvió al Barça al Olimpo del fútbol mundial.
La historia del club blaugrana no se puede explicar sin el brasileño, y viceversa. Ya no solo por el componente anímico y emocional que transmitió al equipo, a la afición y a toda una ciudad; también por su enorme superioridad sobre el terreno de juego.
Mostró a todo el mundo un catálogo de virguerías y ‘frivolités’ que parecían imposibles para el resto de mortales sin romperse los cruzados por siete lados distintos. Hacía extremadamente fácil, lo que para muchos era prácticamente inimaginable. Su calidad elevó el fútbol del Barça a otro nivel. Simplemente, inolvidable.
Salió ovacionado del Santiago Bernabéu, ganó un Balón de Oro y apadrinó a un imberbe Leo Messi cuando daba sus primeros pasos bajo las órdenes de Frank Rijkaard… Casi nada. Sin embargo, lo que se antojaba como un largo reinado en el Camp Nou embelesando a los amantes del arte futbolístico, acabó con una abdicación demasiado prematura. La noche le confundió. O quizá le aclaró el camino. Pero su prioridad dejó de ser la competición y salió por la puerta de atrás con la revolución que provocó la llegada de Pep Guardiola al banquillo blaugrana en 2008.
Aunque se diga que ‘lo bueno, si breve, dos veces bueno’, con Ronaldinho muchos nos quedamos con ganas de un poco más. Para el recuerdo, y como carta de despedida, quedará su último gol con la camiseta del Barça. Sin duda, uno de los mejores que se le recuerda: chilena de primeras contra el Atlético de Madrid en el Vicente Calderón. Al ver semejante obra de arte, se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja, la misma que devolvió a todo el barcelonismo cuando llegó en 2003. Eterno.
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