Las carpetas del deporte en 2024

Los retos deportivos de 2024: de la gesta de Nadal al sueño olímpico del fútbol femenino

Las carpetas del deporte en 2024

Las carpetas del deporte en 2024 / Agencias

Marc Menchén

Marc Menchén

Este fin de semana es el último de un 2023 intenso, en el que la industria del deporte ha vivido probablemente el inicio de una transformación definitiva. La convergencia con el entretenimiento, el interés de inversores en el potencial de crecimiento de la industria y su uso político por parte de algunos países son los ingredientes del cambio. No sabemos cuán profundos acabarán siendo los movimientos de fondo que se han intensificado especialmente tras la pandemia, pero es obvio que igual que evolucionan los hábitos de consumo y la oferta de ocio -especialmente, en los entornos digitales-, también deben hacerlo las estructuras competitivas. La alternativa es el surgimiento de propuestas alternativas o, en el peor de los casos, ir menguando en favor de contenidos más adaptados a las actuales generaciones.

El primer mantra que habría que desmontar es el de que toda pirámide competitiva se sustente sobre la concepción clásica del Estado nación. En un mundo global, no tiene sentido pretender que todos los deportes, o más bien todos los niveles competitivos, se estructuren de abajo arriba y que siempre deban respetarse las fronteras nacionales para articular todas las divisiones. A día de hoy, probablemente ese modelo sólo se justifica en el fútbol por su fuerte penetración en todos los países, y aun así no debería ser ajeno a las corrientes de cambio.

La propuesta de A22 Sports no deja de ser la recuperación de la propuesta inicial de ECA para reformar la pirámide competitiva en Europa con un argumento que en cierto modo es sensato: los clubes que más invierten necesitan operar en un mercado en el que un mal año deportivo no suponga una merma del 25% de los ingresos, sino que ese descenso pueda ser menor. El debate va a estar ahí y, si son capaces de no restar el valor deportivo de ganar una liga nacional con el modelo, debería ser un buen punto de partida.

Pero vayamos a otros deportes. ¿Tiene sentido que el baloncesto, el balonmano, el fútbol sala o el rugby, por poner sólo unos ejemplos, deban partir de ligas nacionales y no directamente de estructuras supranacionales en función de la lógica del mercado y no del sistema federativo global? Esa puerta sí ha quedado abierta con la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (Tjue), y no habría que desaprovecharla. Queda claro que, si se respeta la solidaridad con el sistema para seguir nutriendo la base, esto no debería ser un problema.

El toque de atención que Arabia Saudí ha dado a la gobernanza actual del deporte no es menor. No entro a discutir sobre la viabilidad económica de LIV Golf, que aquí ya ha sido cuestionada, sino sobre la capacidad de los actores tradicionales para mantener su preeminencia cuando son los atletas los que mueven las audiencias y ellos, como asalariados, siempre se moverán adonde se mueva el dinero. Si lo llaman codicia, la misma que cualquiera de nosotros cuando cambia de trabajo por un sueldo mejor.

Pero quien dice Arabia Saudí, dice Netflix o cualquier otro promotor privado. Si la plataforma de streaming es capaz de crear torneos efímeros que en ingresos generan más que el calendario clásico, es cuestión de tiempo que los atletas se muevan en disciplinas individuales.

Tan loable me parece querer preservar un modelo que alimente cuanto más clubes, torneos y promotores posibles, como razonable que haya quienes abogan por una concentración del calendario y las competiciones para mantener su relevancia.