La montaña más alta del mundo dista de ser un paraíso

Atasco en el Everest

Subir al techo del mundo ha dejado de ser algo romántico, casi místico... hay empujones y peleas entre los alpinistas y la virginal montaña pierde su épica

Carlos Galindo

La montaña más alta del mundo dista mucho de ser un paraíso. Hay quien lo ha comparado con un centro comercial en plenas rebajas. Desde luego quienes vayan buscando la paz, que no se desplacen hasta el Himalaya porque se llevarán una decepción. Acceder el Everest, el pico más alto del mundo (8.848 metros), ha dejado de ser algo romántico, casi místico, incluso religioso... Hay aglomeraciones, empujones por encontrar un hueco donde instalar el material, por colarse y adelantar a los más débiles. Hay días en los que se han podido contabilizar filas de hasta 200 personas en lenta peregrinación hacia el ‘cielo’. La virginal montaña se ha prostituido hasta el extremo de que el gobierno nepalí ha decidido enviar a policias y soldados para proporcionar seguridad y evitar peleas y “atascos”, tras las críticas que se han recibido por el aparente descontrol en el techo del mundo.

El Ejecutivo nepalí planea enviar a nueve agentes de seguridad al campo base del Everest situado a 4.800 metros de altitud desde la próxima temporada de escalada, que comienza este mismo mes de marzo y finaliza en mayo. Hasta ahora, solo funcionarios civiles eran enviados como enlaces entre los montañeros y el gobierno nepalí para gestionar las escaladas, dijo Dipendra Poudel, miembro del departamento gubernamental de montañismo.

La falta de seguridad se puso de manifiesto el pasado mes de abril cuando el alpinista suizo Uli Steck y su compañero, el italiano Simone Moro fueron agredidos por unos sherpas cuando se encontraban a 6.500 metros de altitud. Los dos alpinistas escalaban la montaña por una nueva ruta en la que los sherpas colocaban cuerdas para otros montañeros clientes suyos. Los sherpas afirmaron que los escaladores extranjeros les adelantaron y provocaron que se desprendiese un trozo de hielo que golpeó a uno de los nepalíes. Además, el gobierno ha revisado las tarifas que pagan los alpinistas para escalar el Everest. Hasta el año pasado cada montañero desembolsaba algo más de 18.000 euros (25.000 dólares), pero la tarifa se rebajaba a unos 7.000 euros (10.000 dólares) si había más de siete miembros en el equipo de escalada. Esto provocaba que montañeros que no se conocían se unieran en equipos para pagar menos por la ascensión. Con la nueva regulación cada extranjero pagará unos 8.000 euros (11.000 dólares) y no se tendrá en cuenta el número de miembros por expedición.

Un problema que se viene repitiendo con cierta frecuencia es que se produce un cuello de botella por encima de los 8.000 metros y en ocasiones, los escaladores han de aguardar su turno más allá de las dos o tres horas. Es, precisamente, a partir de esa altura cuando empieza a registrarse deuda de oxígeno y la vida de los alpinistas se pone en peligro, en muchos casos, por culpa de las congelaciones. Es aconsejable no atacar la cumbre pasadas las once de la mañana y no son pocos quienes lo intentan a las 14.30h. Otra imprudencia que se cobra un buen número de víctimas mortales cada año.

Subir al Everest ha perdido parte de su encanto. La japonesa Tamae Watanabe, de 73 años, alcanzó la cima. Los románticos lamentan la deriva comercial que ha adquirido esta aventura considerada hasta hace poco tiempo épica. Las rutas están preparadas por centenares de sherpas y en los campos base se encuentran todo tipo de provisiones, incluyendo oxígeno, gente que cocina y que prepara las camas. Nada que ver cuando Sir Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay alcanzarán por primera vez la cima el 29 de mayo de 1953.

Nepal, uno de los países más pobres del mundo, ha encontrado en el turismo de montaña un filón de oro. Los antiguos pastores de yaks son hoy sherpas; los niños sueñan con crecer pronto y acompañar a las expediciones. Este tipo de turismo da empleo a casi 300.000 nepalíes y se prevé que en 2021 la cifra llegue a los 430.000. Las caravanas a la montaña generaron el año pasado unos 3 millones euros de los que el 90% proceden de la montaña. Por esa razón, cuando se habla de masificación, los lugareños se alteran porque no quieren que nada ni nadie les prive de aquello que les permite subsistir. El Himalaya es su vida y, además, les da de comer.

El alemán Ralf Dujmovits, que ha hollado 14 ochomiles y que tiene una bien ganada fama en el mundo del alpinismo, explica como en alguna de sus ascensiones llegó a ver a gente con sobrepreso que ya había consumido toda la reserva de oxígeno aún antes de llegar a las zonas más exigentes o un estadounidense que se empeñó en subir con una bicicleta: “porque ese era su sueño. He visto imágenes que son ridículas, escenas absurdas que no tienen ningún sentido”. Predijo que ese día moriría alguien y, efectivamente, hubo cuatro fallecimientos.

Al margen de esas cuestiones, el gobierno de Nepal ha decidido que, para garantizar la limpieza del Everest, cada miembro de una expedición que ascienda a esta montaña deberá recoger un mínimo de ocho kilos de basura, a parte de los residuos generados por su propia actividad.

La nueva reglamentación entrará en vigor el próximo mes de abril e incluirá multas importantes para los escaladores que no cumplan la norma de recogida de residuos. “Tratamos de mandar al mundo el mensaje de que el Gobierno está haciendo esfuerzos para limpiar el Everest”, explicó Dipendra Poudel, miembro del departamento de montañismo de Nepal. El Everest ha sido bautizado como el vertedero más alto del mundo por activistas medioambientales en los últimos años por la gran cantidad de residuos que se abandonan en la montaña. Las autoridades nepalíes estiman que cada alpinista genera unos seis kilos de basura sin contar con las botellas de oxígeno y los residuos humanos. Calcula que serán recogidos  de la montaña unos 6.400 kilos de residuos.